Si algo dejó bien en claro el partido de ida en Asunción frente a Libertad es que resultará imperdonable y seguramente muy costoso desde lo deportivo si se vuelven a repetir esos 45 minutos iniciales donde regalamos un tiempo por impericias propias, con un bajón futbolístico general salvo en Franco Armani, y un relajamiento absoluto dentro de la cancha en varios futbolistas como si se tratara de un encuentro donde no se jugaba por nada.

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Ya quedado atrás esa noche con un resultado que contra cualquier otro rival de más jerarquía pudo haber sido fatal en esa primera parte, es momento de aferrarse a las buenas sensaciones del segundo tiempo y de valorar ese empate sabiendo que se define todo en nuestra casa y con nuestra gente, pero con la preocupación que también se define contra nuestro rival más temido: el propio River.
La etapa complementaria del partido de ida frente al rival del jueves mostró la superioridad que puede haber entre ambos equipos en condiciones relativamente normales, donde pudimos ver a un River plantado en campo contrario y manejando los tiempos. No amerita sufrir más de la cuenta contra un rival al que se lo puede lastimar mucho, pero sabemos que la Copa Libertadores siempre encierra historias traicioneras y poco felices donde no te podés despabilar ni medio segundo, y que no se puede subestimar nada ni a nadie.
Las dos caras que debemos comenzar a desterrar
Hay que ponerle punto final a ser ese equipo de dos caras que muchas veces ha sacado a relucir su faceta más temida en los momentos menos convenientes de los últimos años, y que todavía nos hace mirarlo de reojo. Con el factor negativo en las espaldas además de saber que sufrimos horrores en cada serie de penales, y que dependemos casi pura y exclusivamente de imponernos en los 90 o 180 minutos para ganar todas las eliminaciones directas, contemplando que no tenemos ese mínimo margen de error para que esa suerte desde los doce pasos sea por lo menos equitativa con el rival de turno. Son muchas autopresiones por superar, y el partido del jueves necesitamos que sea el comienzo de una nueva imagen que nos empiece a generar confianza para todo lo decisivo que se viene.
Necesitamos un horizonte por vislumbrar que realmente nos pinte un paisaje donde podamos estar a la altura de un equipo que pueda pelear por la Libertadores hasta el final, porque en caso de pasar Palmeiras sí va a desnudar cada uno de nuestros errores sin ningún tipo de piedad. Deseamos que todos esos buenos aires de cambio que se vieron en los primeros partidos de este semestre se sigan acentuando, y sería un empujón anímico enorme que podamos llegar al mes de septiembre con las tres competencias por delante, como hace mucho tiempo no pasa.
Es el momento para que de una vez por todas empecemos a ganar las batallas contra nosotros mismos y contra esos errores del pasado reciente que costaron caro, con eliminaciones dolorosas y finales perdidas que pudieron haber sido evitadas. El jueves es hora de empezar a dejar atrás todo aquello, para superar con autoridad a Libertad y agarrar la confianza latente para cuartos, y demostrarle a todo el continente que podemos estar a la altura de los grandes rivales brasileños para intentar pelear por la Libertadores hasta el final. Es ahora o nunca, River.





