Estamos inundados por la angustia. Abatidos por completo. Cansados de tantos papelones y de tanta apatía para jugar a la pelota. De la desidia y actitud de muchos jugadores, pero por sobre todo de los que toman las grandes decisiones ligadas al fútbol dentro y fuera de la cancha. Con un entrenador que hace un año no le encuentra la vuelta y no sabe llegar su mensaje o no lo entienden, y una dirigencia con poca reacción para limitar los márgenes de error.
El River de Demichelis como concepto general y en todo su núcleo nos quitó las ganas de ver al equipo. Se esfumó esa motivación que nos llena el alma y de encontrar en el fútbol una descarga emocional positiva para tapar los quilombos personales. Es estresante al mango. Este equipo nos acostumbró a que no nos sorprendan las desgracias, a estar alertas y acostumbrados a los cachetazos ridículos, porque son muy evitables y sin embargo nos obligan poner la cara para recibirlos. Sin lugar a dudas lograron transformarse en uno de los equipos más tristes que he visto en toda mi vida como hincha. Y no, esto no es River. Esto no nos representa. Nos avergüenza y nos sentimos el hazmerreir del resto una y otra vez a lo largo de este 2024.
Fuera del Monumental, Mendoza era nuestra tierra imbatible. La de grandes alegrías. Este año pasó a ser la provincia que tuvo que albergar dos de los tres papelones futbolísticos más grandes de este ciclo junto con el que ocurrió en cancha de Riestra. La sucesión de desgracias cae como bola de nieve, y no asoma ningún tipo de solución que pueda ser reparadora para nuestras almas en lo inmediato.
Es un River que siempre se las rebusca para encontrar un nuevo fondo aunque ya no exista más tierra por cavar, y para meternos esas dagas directas al corazón. Con líderes mudos. Con grandes referentes que tuvieron que irse. Con rivales que nos pasan por encima y nos caminan por la cabeza con puro coraje, y les alcanza y les sobra con eso. Y con un Demichelis que expone a futbolistas en posiciones insólitas, con mil cambios de táctica de un tiempo a otro que propiamente no cambian nada más que aumentar la impotencia del equipo y también la nuestra.
¿Dónde está el límite? ¿Dónde están las respuestas? Es momento de dejar de escudarse en los silencios y de sincerarse. De hablarle a la gente de frente y sin tapujos. Es momento de percibir la tristeza genuina del hincha. Es momento de no seguir jugando con el hartazgo. Necesitamos respuestas, y encontrar una dosis de esperanza porque todavía quedan muchas cosas importantes por pelear.
No queremos volver a pegarnos de frente contra el muro en la Libertadores. Por favor. No merecemos no seguir estando a la altura en una cita importante. No dimos la cara en ningún partido clave en el año salvo esos 45 minutos finales contra Estudiantes en una copa ínfima de 90 minutos. Esto no es River. Para nada. Y la tristeza de no ser River es el dolor deportivo más desgarrador del mundo.