Su convocatoria a la selección me sacó una linda sonrisa, porque era un merecido premio al año fantástico que tuvo con la banda roja. Y nosotros, los de River, que lo vemos semana a semana, sabíamos que no le iba a pesar. ¿Qué le puede pesar a un pibe que debutó como titular rindiendo bárbaro la noche en la que jugábamos una semifinal de Libertadores después de tantos años? Nada. Obvio. Ningún acontecimiento a futuro podía a ser una carga sobre sus hombros después de eso. Y quedó demostrado con el tiempo.
Contra Uruguay, Bauza sorprendió a medio mundo y lo mandó a jugar de una especie de Mercado y Sánchez fusionados, haciéndolo correr por la banda derecha de esquina a esquina. Así y todo mostró un despliegue maravilloso. Y sabemos que, si lo hubiese mandado a hacer las veces de Barovero, el tipo también hubiera estado a la altura de las circunstancias. Contra Venezuela jugó en su puesto natural, y la pelota no le llegó tanto, en el contexto de un partido pésimo de todo el equipo. Pero se lo vio totalmente metido, y lo que vale remarcar es que cumplió su papel con compromiso, responsabilidad y entusiasmo.
En definitiva, tuvo en este primero de tantos pasos que caminará con la casaca celeste y blanca ése mismo hambre de gloria que mostró en su carta de presentación contra Guaraní en el Monumental. Y, si se aplica la lógica, ya la vida lo llevará a ser el acompañante de ataque de Messi. Tarde o temprano ese momento llegará.
Porque tiene una mente superior que absorbe todo tipo de presiones y escenarios. Esa capacidad de faltarle el respeto a la energía suprema que se te mete en el cuerpo y puede hacerte temblar cada hueso en las grandes citas deportivas. Hablamos de un muchacho que de pies a cabeza ha demostrado estar preparado para cualquier desafío, porque es una máquina de madurar a pasos agigantados.
Es un privilegio poder maravillarnos con su crecimiento constante, y es una pesadilla imaginar un mundo sin él. Por eso nos hizo tachar los días como los presos hasta que terminó el 31 de agosto y ningún club europeo ya podía llevárselo. Por eso nos dolió tanto no haberlo visto jugar de titular ninguno de los dos partidos más importantes del semestre pasado.
Un “ganapartidos” nato. Un elegido para saber empaparse de las aguas de la gloria. Desde un promedio de gol demoledor a nivel local e internacional; pasando por aquella tarde de las tres maravillosas perlas en Mataderos, donde mostró todas las facetas de su clase; y llegando a sus apariciones en semifinales y finales de copa por toda América o Japón. Y algo me dice que en su cabeza está preparando algo muy especial para regalarnos el gol en un clásico dentro de poco, su “deuda” pendiente. Verle el rostro lloroso a Guillermo después de un festejo de él es una fotografía celestial con la que sueño todos los días, todas las tardes y todas las noches.
Por todo esto, soy un convencido que la mayor virtud que tiene el señor Lucas Alario son sus alas. Esas que no dejan de hacerlo volar cada vez más alto y con más fiereza. Y en cada aleteo su figura se agiganta de manera angelical para su futuro y diabólica para sus rivales de turno. Disfrutémoslo cada segundo con el escudo de River. Saboreemos el hecho de saber que hoy es nuestro. Porque es realmente hermoso verlo desafiar todo el tiempo los límites del cielo.
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