“Te besaste por primera vez el escudo”, le preguntó un periodista amigo después del partido contra Belgrano del fin de semana pasado. “No, creo que no. O, no sé, habrá sido un impulso. Yo le debo todo a Huracán”.

“Bueno, la gente te empieza a reconocer”, le tiraron otro centro. “No sé, yo no juego para la gente, juego para ayudar al equipo”.

Gonzalo Martínez parece empezar a ser el jugador que fue a buscar River. Y decimos parece, en itálica, por miedo a otro bajón. Ahora bien, parece seguir decidiendo mal, en este caso cuando declara. Como si estuviera enojado con el hincha de River, con el periodismo. Me gustaría, humildemente, aportar a que el 10 se amigue un poco con nuestra afición: me gustaría explicarle al Pity Martínez por qué sufrió murmullos de la gente en otras ocasiones y por qué si sigue así será ovacionado cada domingo. ¿Por qué la desaprobación del público en un principio? No es nada personal, Gonzalo. Y no es sólo que haya jugado partidos muy malos, que pocas veces haya sido regular. Porque Mayada, por caso, tampoco lo es, y no se escucharon murmullos cuando lo anunciaron los altoparlantes del Monumental el partido pasado, ni nunca. Gonzalo, la gente de River no es mala, al contrario. No tiene nada contra vos. La gente de River sabe de fútbol: si en algún momento sentiste que te chifló por lo bajo, que después de tirar un centro por detrás del arco hubo un cuchicheo permanente en las gradas, no es por otra cosa que porque el público de River sabe perfectamente que tenés condiciones para ser un fuera de serie. La bronca es porque la gente entiende, Gonzalo, ve que podés hacer cosas que nadie más puede en este equipo y, sin miedo a exagerar, en el fútbol argentino. Porque vio que a veces te apurabas, que corrías más rápido que la pelota, que las piernas aceleraban desproporcionadamente más que la cabeza. El murmullo es porque sos distinto, porque se espera mucho de vos, el murmullo es casi un elogio. No te calientes, no lo sientas como una venganza. Vayamos juntos en la buena: la gente de River, aunque te parezca medio mala, quiere que te vaya bien, que la rompas todos los domingos, que tires ocho caños y gambetees hasta al referí. Es tiempo de una reconciliación, Pity querido, de que haya paz.

Una reconciliación para la cual fue clave Gallardo. Gallardo siempre pidió paciencia por él, pero también entiende al hincha. Y debía estar en una situación incómoda: cada semestre que pasaba, al Pity se le iba una vida. Cada semestre que pasaba, el Pity estaba más cerca de romperla en otro lado, porque es lo que casi siempre ocurre en estos casos. Algo cambió. Y no sólo tuvo que ver el cambio de posición que ideó el deté. Lo escribió un colega, Leo Peluso, en Diario Popular: hubo un click en Medellín que también tuvo que ver con una reconciliación interna de los compañeros de Martínez para con él, de un ejercicio comunicacional pensado por Sandra Rossi en el que cada jugador tomaba la palabra y decía lo que quisiera. Y ahí fue cuando habló Nacho Fernández y, delante de todos, le agradeció por pedir siempre la pelota en las malas, por bancarse las puteadas de sus propios compañeros cuando las cosas no le salieron bien. Y se sumó Ponzio, y le pidió disculpas por tomarlo de punto ante el primer error. Y Maidana le dijo algo parecido. Y Martínez se emocionó. Y a partir de ahí todos los astros se alinearon: Gallardo lo puso en un lugar donde evidentemente hace más diferencia, por derecha, y empezó a rotarlo para sacarle al rival referencia de marca en esta nueva y revolucionaria reinvención de Napoleón, la del caos ordenado, acaso lo más difícil de conseguir en un equipo de fútbol; y el Pity se sintió más valorado en el grupo; y los compañeros le juraron paciencia y reconocimiento; y el tipo metió una asistencia, y metió un gol, y metió otro; y la gente de River finalmente lo ovacionó, porque hizo lo que siempre se esperó de él. Todos los planetas chocaron como si anduvieran a doscientos kilómetros por hora un día de lluvia por la Panamericana en hora pico. Le pido humildemente a Gonzalo que no los vuelva a desordenar, que acepte su nuevo lugar en la relación, que no adopte una postura revanchista, que no se encierre. Que se amigue con los que siempre lo quisieron ver brillar. Este domingo, en Mendoza, puede besarse el escudo sin sonrojarse, que todos lo van a aplaudir.

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