Nació con una pelota de fútbol bajo la suela, por mandato familiar y porque lleva el ADN Gallardo. A diferencia de su papá, desarrolló la zurda como su pierda hábil. Su contextura física tal vez le jugó una mala pasada en sus primeros años en el fútbol infanto juvenil, donde los chicos comienzan a crecer, pegar el estirón y a competir año a año cada vez con más exigencias. Esto hizo que en un comienzo no tuviera tanta continuidad en su categoría (2003), que además contaba con Tiago Geralnik, un enganche que se destacaba en las selecciones juveniles. En definitiva, jugadores de la talla de Javier Saviola, Andrés D’Alessandro y hasta su propio papá pasaron por un proceso similar durante su etapa de maduración.

Los hinchas lo conocieron antes que nada por ser ese alcanza pelotas que se paraba al lado del banco de suplentes para abrazar a su papá luego de cada gol y de cada título, pero su verdadero aporte estaba los fines de semana. Los sábados, cuando le tocaba formar parte del equipo de AFA, o los domingos, cuando en Séptima, Octava y Novena integró los selectivos que participan del torneo de la Liga Metropolitana. Cada semana de entrenamiento fue un aprendizaje, cada partido fue subir un pequeño escalón para estar cada día más cerca del sueño de todo chico: llegar a jugar alguna vez en Primera División.

Más allá de esas imágenes inmortalizadas del Chino –así le dicen a Matías Gallardo-abrazando a su padre, la masividad llegó cuando le tocó dar el salto desde las divisiones juveniles hacia la Reserva. En el 2021 alternó partidos entre Cuarta y Quinta División. Jugó nueve partidos para la Cuarta y marcó un gol ante Central Córdoba, mientras que para la Quinta disputó cinco encuentros y anotó tres tantos. Hasta que en el 2022 llegó el turno de realizar la pretemporada con Reserva. Allí disputó una serie de amistosos en los que comenzó a demostrar que estaba listo para medirse con jugadores más grandes y que su técnica podía marcar la diferencia. Claro que esto necesitaba plasmarlo en partidos oficiales. Y el nuevo entrenador, Jonathan La Rosa, le dio la confianza necesaria para poder hacerlo.

Matías Gallardo es un enganche clásico, zurdo, con panorama y buena pegada. El objetivo del cuerpo técnico de la Reserva fue que se adaptar a jugar en distintas posiciones en la mitad de la cancha y no se limite a una sola función. Por eso, tuvo algunos partidos como mediocampista interno y hasta jugando un poco más por las bandas. A su técnica individual tuvo que agregarle sacrificio, marca y recuperación, porque la impronta de este River así lo exige. De hecho, en algún momento pagó estas cuestiones con algunas molestias físicas y una lesión muscular a principio de año. No fue fácil la transición, pero volvió y lo hizo de gran forma.

La última trilogía de victorias ante Unión (2-0), Lanús (5-2) y Huracán (1-0) tal vez ofreció la mejor versión del Chino Gallardo desde que subió a Reserva: lectura de juego para atacar los espacios y saber cuándo y dónde lastimar, inteligencia para ubicarse detrás del volante central del equipo rival y meter pases filtrados que provocan daño. Algunos de los entrenadores que lo tuvieron se animan a compararlo con Juanfer Quintero por sus características innatas, pero é prefiere elegir al Enzo Fernández de la actualidad y a Exequiel Palacios como ex River.

“Me identifico con mi papá porque soy un jugador con buen pase, que piensa y es rápido”, se autodefinió alguna vez el propio Matías Gallardo a la hora de hablar de sus características y virtudes. “El Chino es un genio, tiene todo del padre”, afirmó su abuelo Máximo, que hoy trabaja en la captación de jóvenes talentos dentro del proyecto de Fútbol Formativo del club. En tiempos en los que el enganche tradicional parece en vías de extinción, Matías reivindica la posición y lleva la 10 de River en la espalda como lo hizo alguna vez su viejo, con prestancia y elegancia. También con humildad y perfil bajo, sabiendo que está a solo un paso de llegar a la Primera del Más Grande.