“Sí, yo estaba en Porto Alegre y apenas terminó el fatídico partido contra Belgrano en el 2011 mi primera reacción fue querer volver de inmediato para darle una mano a River. Y, como en ese momento no se podía llegar en avión por el tema de las cenizas, me subí al auto y manejé hasta Buenos Aires. Viví dentro del club en la pensión y me formé como persona, yo estudié abajo de las tribunas del Monumental y mi sentido de pertenencia es muy grande. Por eso sentí que era el momento para devolverle algo de todo eso que me había dado”. Alguna vez Fernando Cavenaghi describía esa parte de su historia en el programa “Podemos Hablar” y nos ponía la piel de gallina a todos los hinchas. Sabíamos que iba a ser imposible que alguna vez exista alguna vara más alta que esa a la hora de demostrar el amor por la camiseta, en un mundo del fútbol donde es cada vez más complicado encontrar gestos de amor que superen todo tipo de Barreras.
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En esta última semana se llegó a generar una expectativa muy grande en la gente cuando se había confirmado que tanto Lucas Alario como Rafael Borré estaban dispuestos a abandonar Europa para volver a Sudamérica, teniendo en cuenta también la necesidad de reforzarse del equipo de Martín Demichelis en esa posición para no quedar tan cortos de recambio en un puesto clave y sensible de la cancha. Pero una vez más quedó demostrado que año tras año las brechas económicas entre Argentina y Brasil se vuelven más lejanas e inalcanzables, y que hoy un contrato de casi cualquier equipo brasileño está a la altura del 90% de los equipos de Europa.
Es absolutamente injusto y casi despiadado en estas situaciones particulares hacer una comparación con lo que fue el caso Cavenaghi o algunos otros similares. Primeramente porque ni Alario ni Borré surgieron de las Inferiores y el sentido de pertenencia es diferente, y en segundo lugar porque detrás de cada futbolista hay una familia que también toma decisiones y tampoco somos quienes para meternos en los bolsillos ajenos aunque consideremos que cualquier paso europeo ya ayuda en demasía a marcar las diferencias pensando a futuro.
¿Se llega a comprender la bronca de una buena porción de la gente? Sí claro, se torna inevitable que desde el corazón de los hinchas se espere un gesto sentimental de aquellos exfutbolistas que dejaron una gran marca y a los cuales también la vidriera y las prestaciones de River fueron fundamentales para que ellos puedan crecer en todo sentido. Más aún si vienen a jugar para esta parte del planeta. Y, básicamente, porque justamente el Más Grande es un equipo gigante y competitivo que seguirá potenciando la carrera de cualquiera que se ponga la camiseta. Seguramente con un contrato menor que los que pueda ofrecer Inter de Porto Alegre, pero con mejores posibilidades de seguir acumulando esa gloria que te permite dar grandes saltos económicos más adelante.
En fín. Cavenaghi hay uno solo, o son contados con el dedo de una mano, y las realidades de una liga de 28 equipos cada vez más devaluada dentro y fuera del campo de juego tampoco permiten la posibilidad de tener una mayor esperanza a que haya más jugadores dispuestos a volver a nuestro país. El panorama en ese sentido es desolador, y ahí es donde habrá que empezar a agudizar un poquito más el ingenio, porque más allá de las negativas de los ex, River necesita otro centrodelantero de calidad más para afrontar la dura competencia del 2024.
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