Una sonrisa tiene feliz a todo River: la imagen de Marcelo Gallardo, lejos de la cancha de Boca, es una invitación a soñar a lo grande después de un 2-2 que puede despertar sentimientos ambiguos. Si el Muñeco está bien, nosotros en la misma sintonía. Vamos todos unidos como los jugadores del Millonario que alcanzaron un empate positivo en territorio rival. Y si bien quedó latente el susto después de la atajada enorme de Franco Armani ante Darío Benedetto, también sigue vigente esa sensación de que los tres puntos ahora podrían estar en Núñez porque el Millonario fue superior desde el punto de vista colectivo.

River buscó jugar con la desesperación de Boca. Por momentos logró hacerlo gracias a la combinación entre precisión e inteligencia para generar espacios. Faltó mayor puntería para abrir la cuenta como también para dar vuelta el resultado. Las intervenciones de Agustín Rossi le negaron el grito a Gonzalo Martínez y Rafael Borré, quien se perderá la revancha por haber llegado a la tercera amarilla. Esa ausencia en contundencia al principio no sólo le dio vida futbolística al Xeneize, sino que además le permitió cobrar la famosa ley del fútbol sobre la chances desperdicias en el arco de enfrente porque Ramón Ábila doblegó al arquero del Más Grande tras un rebote que él mismo provocó.

Sin embargo, River reaccionó dos veces. Nuevamente demostró que posee una fortaleza anímica difícil de perturbar. Primero Lucas Pratto, con una definición exigida señaló el 1-1 y en la segunda parte forzó el gol en contra de Carlos Izquierdoz para el 2-2 definitivo. En ambas ocasiones el Pity, fundamental como es habitual contra Boca, ejecutó los envíos: un pase excelente y un tiro libre punzante. El número 10 se las ingenió para explotar los espacios y encabezar varios contragolpes que por falta de precisión en los pases y en los remates no culminaron en gol.

La idea de lastimar con cada réplica pudo haber sido letal. Marcelo Gallardo, ausente físicamente pero presente en la elección estratégica, dispuso un inesperado 5-2-1-2, con Lucas Martínez Quarta -por unos centímetros no puso en ventaja a River- como parte de un fondo poblado, pero rápido para salir con los laterales. El Pity siempre jugó suelto y se entendió muy bien con los demás volantes (Enzo Pérez y Exequiel Palacios), así como lo hizo con los dos puntas. Además de sumar en la marca, el Millonario agregó un cabeceador que se impuso tres veces en el área de enfrente. Justamente la vía aérea fue motivo de ilusión en cada jugada a favor y peligro al mismo tiempo porque Darío Benedetto le otorgó el 2-1 parcial a Boca tras un tiro libre frontal.

Pese a sufrir cuando Boca aceleraba de contragolpe, River fue más en la elaboración. Supo dónde acelerar, cuándo utilizar la pausa para abrir la cancha y de qué modo desmantelar el retroceso local. Aunque no pudo traducirlo en tantas resoluciones en el área rival, desbordó bastante y puso en riesgo permanente al dueño de casa. Pratto brilló, Pity contagió su locura y los demás fueron aviones para atacar. Faltó ese vuelo en el toque final para construir un triunfo, pero no es para lamentarse porque dentro de 13 días el estadio Monumental estará listo para una tarde que puede ser mágica e inolvidable. La ilusión está intacta y se resume en una imagen: Gallardo cantando a la par de los hinchas con el sueño una consagración histórica. River demostró que tiene cómo ganarle la Libertadores a Boca.