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Verdadero dueño reclama las dos bandejas de Brandsen

Verdadero dueño reclama dos bandejas de Brandsen

la página millonaria
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Es tan cierta aquella metáfora de Héctor Negro: “El Riachuelo y el Plata no se mezclan, pero se rozan, necesitan cruzarse las miradas para reconocerse diferentes y parecidos”.

River y Boca son un estallido del alma, son la pasión en sus estados más civilizadamente primitivo. Representan lo que nunca muere, el tiempo circular. Lo que inevitablemente va a volver, después del saqueo. Deberían ser 20.000 entradas y ya hace una eternidad que nos entregan cinco, seis, que para River es lo mismo que decir nada. Se ha consumado un ultraje a tres vías. A River le robaron el aliento de su gente, a Boca intentar emparejar el clásico de arriba y al fútbol le usurparon la pasión.

Definitivamente nos han robado la fiesta. ¿Quiénes? Los violentos de escritorio. Aquellos profetas de “las buenas costumbres y la urbanidad”, que son incapaces de sopesar lo riesgos que encierra lo prohibido. Una “ingeniería” diabólica le ha puesto una mordaza al clásico de los clásicos, ese del que habla todo el mundo, por el fuego, por la energía, por el calor y por sobre todas las cosas, por la conmovedora entrega de los hinchas. Al clásico le han sacado lo que tiene de religioso, ese sentirse Uno en la multitud. Uno con Dios. Uno con su equipo de toda vida. Uno con eso que no se traiciona, con esas escasas muestras de amor incondicional que tiene la vida. River y Boca son lo que no tiene precio, y para nosotros fundamentalmente lo que no se vende ni se compra, ni se traiciona.

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Una caterva de dirigentes modernosos han optado por vender el espectáculo a los extranjeros antes que a sus hinchas. ¡Vamos a pedir que nos devuelvan lo que nos pertenece! Bajo una consigna indeclinable: “Verdadero dueño reclama las dos bandejas de Brandsen”. Allí donde ya esculpiste con las cintas, los globos, los papelitos en el entretiempo el cuadro que Quinquela hubiera soñado y no pudo pintar. Ese que vos más que nadie tiene claro que no te podrán usurpar jamás. Porqué si estuviste en ellas, sabés mejor que si las escalinatas de Branden hablarían por si solas, estarían reclamando a sus legítimos propietarios: el pueblo millonario.

Si yo elimino el protagonismo de la tribuna de River, la única que puede superar a la de Boca en la mismísima Bombonera, el espectáculo queda rengo. Se cae una de las patas de la mesa , la autenticidad que tanto el de adentro como el de afuera quiere vivir: la adrenalina pura. Desgraciadamente, hoy el clásico está fuertemente devaluado. Se ha quedado mudo, mortalmente incomprendido. Igual que lo que fueron los enfrentamientos por la Libertadores del 2004. Aquella película muda de los penales que clasificaron a Boca, aquel silencio estruendoso fue una de las sensaciones más desoladoras que el futbol puede provocar. No se puede ignorar el amor, cobrar peaje por un día de sol, castrar el deseo, anular por decreto la emoción.

Habría que cortarles las manos a aquellos que andan urgando nuestros raleados bolsillos invocando “segurismo” para la reventa turística. Rezá, cantá, gritá, pateá la mesa, como si mañana se acabara el silbo de los pájaros, el sonido circular del movimiento planetario. Aullá como un lobo herido, roncá como un león hambriento, hacé de tu voz una trinchera y de tu aliento un rugido atronador capaz de partir el átomo. Envolvé tu corazón en un trapo manto de nieve y río de sangre. Hacé posible que otra vez nos sintamos locales en la Bombonera. Todos unidos, para que de una vez por todas sea posible un país sin censuras de ningún tipo.

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