River pasó de estar tres goles arriba en la serie a sufrir cuatro tantos en menos de 25 minutos con la colaboración del VAR para que Lanús zafara de un penal antes de que finalizara el primer tiempo y luego fuera beneficiado por el uso parcial del video. Además, la defensa del Millonario hizo un papelón en la segunda parte. Así El Más Grande quedó fuera de la Libertadores.

El estado de shock es absoluto. Hay una mezcla insoportable de sensaciones. Desde la bronca hasta la enorme confusión por todo lo ocurrido, pasando por ese sentimiento de que a River le robaron la clasificación a la final. Si bien es cierto que hubo un concierto de errores propios, los ajenos cumplieron un papel determinante porque condicionaron las circunstancias del juego. De ninguna manera hay que restarle méritos a Lanús, pero a esta altura de la noche más de un hincha se pregunta por qué el periodista Alejandro Fantino alertó públicamente al mundo del fútbol. Pero eso queda en un segundo plano ahora porque la tristeza y el golpe tan fuerte superan a todo.

Es imposible no separar lo futbolístico de lo reglamentario. El VAR, ese sistema que la FIFA anuncia con bombos y platillos, fue empleado de forma tendenciosa, a conveniencia de las necesidades del dueño de casa, jamás para despejar una duda que pudiera ser en favor de River. Un ejemplo resume todo: a los 40 minutos del primer tiempo, hubo mano de Iván Marcone ante Ignacio Scocco. Desde el centro de monitoreo no le avisaron con énfasis al juez Wilmar Roldán, pero sí se solicitó la tecnología en el segundo tiempo para otorgarle el penal del 4-2 definitivo al Granate, tras una infracción insólita de Gonzalo Montiel a Román Martínez mientras el ataque iba por otro lado.

Sin embargo, el pésimo uso del VAR no fue el único motivo para que esta noche se transformara en una pesadilla. La defensa de River fue un desastre durante todo el segundo tiempo. Pasó de tener una gran firmeza hasta el primer tanto local a conceder todo tipo de ventajas para que José Sand y Lautaro Acosta brillaran de forma colectiva e individual. La rapidez de los extremos y el poderío del correntino resultaron imparables para un fondo del Millonario lento, a destiempo, incapaz de sostenerse, sobre todo en el caso de Milton Casco, cuyo sector fue una suerte de autopista sin peaje. Y, hay que decirlo aunque duela: Jonatan Maidana, Javier Pinola y Leonardo Ponzio son muy buenos jugadores, pero formando un triángulo tan experimentado regalan velocidad.

Entre tanta confusión a la hora de distribuir responsabilidades al mencionar los llamativos errores de los árbitros del VAR, las falencias del fondo de River y las enormes virtudes ofensivas de Lanús, surge un interrogante inevitable, ¿quién se anima a garantizar que el Millonario podía sostener cinco goles si marcaba el penal no sancionado? Por lo visto, nadie. Sí es necesario remarcar que si ese penal hubiera sido cobrado, el descuento posiblemente no hubiese existido al alterarse los tiempos. En ese caso, aunque el penal terminara en la tribuna, el cierre de la etapa inicial podría haber sido con un 2-0 parcial y otro contexto de cada a la segunda parte. Nunca se sabrá.

Los goles de Scocco y Montiel pasaron al olvido. Cada conquista de Lanús derrumbó la confianza de River al mismo tiempo que alimentó la del Granate. Sand, en dos ocasiones, Acosta y Alejandro Silva, desde los doce pasos, hicieron posible la hazaña de un club y el desconcierto del otro. Ni siquiera la maestría táctica de Marcelo Gallardo torció el rumbo. Alexander Barboza entró como centrodelantero para emular a Germán Pezzella modelo 2014. El defensor bajó un par de pelotas, pero el equipo de Jorge Almirón fue práctico para rechazar. ¿Y Rafael Borré? Punta por naturaleza, no jugó en esta serie, pese a que el 50% de su pase le costó 3.500.000 euros a la institución de Núñez. Tan inentendible como esta eliminación que reunió diversos matices para desencadenar un resultado impensado. La única revancha anímica será el próximo domingo. Hay que juntar bronca y canalizarla ahí para que la alegría vuelva a vestirse de rojo y blanco.

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