Cuando llega de Inferiores a primera un zurdito hábil, gambeteador y con personalidad a los hinchas de River nos corre diferente la sangre por la piel. Porque sentimos fuertemente que nuestro ADN se ve representado en eso, y nos frotamos las manos por el placer maravilloso que nos genera el sentido de pertenencia a un estilo. Es como que un océano de orgullo nos rebalsa el pecho.
Al pibe Andrade recién lo empezamos a conocer. Estamos en el proceso de las primeras citas, pero hay buenas señales y razones para creer que nos podemos enamorar de su juego muy pronto. Lo veo y siento que la banda roja le calza pintada. Suelo abrir fuerte los ojos cada vez que se muestra decidido a encarar, y tengo la certeza que posee todas las condiciones para ser un tipo que con el correr del tiempo resuelva partidos y marque diferencias con el resto.
Y, sobre todo, me reconforta la tranquilidad de verlo crecer en un contexto de equipo y en una idea futbolística que lo contiene y lo potencia. Es muy importante para un chico de su edad no padecer presiones abultadas en la cuna de su carrera profesional. En este momento Andrade sabe que de ningún modo deberá ser el salvador de nada, y que el hecho de jugar en una estructura armada va a promover a que no se lo queme de antemano, como ha pasado con otros grandes proyectos juveniles en nuestros años oscuros.
Todos los técnicos en cada una de sus etapas suelen tener un pollo mimado, a quien detectan en algún momento en inferiores o en reserva y lo marcan como favorito en sus cerebros para el futuro inmediato. Gallardo ya desde el semestre pasado muestra una devoción marcada por las condiciones de Andrade, y evidencia semana a semana que su confianza hacia él aumenta a pasos agigantados.
Por supuesto que hay que saber llevarlo de a poco. Por supuesto que para recibirse de crack tendrá que aprobar aún demasiadas materias. Por supuesto que todavía deberá mostrar evolución y maduración en muchos aspectos de su juego. Por supuesto que tenemos que dejarlo ser. Pero vale reconocer que ilusiona fuerte verlo desplegar su talento y mostrar su guapeza futbolística, y además sabemos que no hay nadie mejor que el Muñeco para ayudarlo a llenar todos esos casilleros faltantes.
Hay una conocida canción de Cacho Castaña que en su estribillo dicta la frase “Cara de tramposo y ojos de atorrante”, y siento que el juego de Andrade se adapta muy bien a ella. Porque su zurda es diabólica y no para de ponerle trampas a sus rivales en cada gambeta y en cada enganche. Y porque es un insolente descarado que, por más que le peguen una patada para amedrentarlo, a la jugada siguiente ya está listo para pedirla y volver a encarar como si nada. Me recuerda mucho a esos nenes que en los recreos escolares se caen 500 veces, pero que a los dos segundos del golpe los ves corriendo todavía más rápido con el guardapolvo sucio y alguna marca de guerra en la cara, mientras esbozan una hermosa sonrisa desafiante de oreja a oreja.
Aquellas lágrimas de emoción que mostró en los micrófonos después de debutar en abril contra Vélez dejan en claro que siente los colores como un hincha de verdad. Ojalá recién haya llegado sólo al primer piso de un techo de rascacielos, y que tanto él como nosotros podamos disfrutar partido a partido de su crecimiento y de todo el repertorio futbolístico que vaya cosechando. Seguí así, pibe.
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