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(Incluye video del partido completo) El 14 de diciembre de 1986, River Plate derrotó al Steaua Bucarest por uno a cero y obtuvo la primera, y hasta ahora única, conquista intercontinental de su historia. Un gol de Antonio Alzamendi y la fortaleza de un auténtico equipazo fueron suficientes para doblegar a los rumanos y conquistar el mundo en un año inolvidable para el fútbol argentino.

¡River campeón! El grito más hermoso que puede exclamar cualquier hincha millonario, partió en aquel frío mediodía de Tokio -medianoche argentina-, desde el Estadio Nacional y hacia todo el mundo. La cereza del pastel de aquel año glorioso para el fútbol argentino, con la Selección campeona del Mundo en México y con un River brillante que se llevó de manera holgada el Campeonato de Primera Divisón 1985/86, con solidez la esquiva y deseada por tantos años Copa Libertadores de América y que en Japón logró llegar al máximo título que podía lograr un club.

Desde la misma noche del 29 de octubre, tras vencer al América de Cali y lograr la Libertadores, el objetivo del plantel y cuerpo técnico millonario era ir en busca del cetro mundial. El rival era el Steaua Bucarest, fuerte equipo rumano que había dado la nota al vencer al Barcelona por penales en la final de la Copa de Europa disputada en Sevilla y que vivió su época dorada continental en los años 80, pues en 1987 ganó la Supercopa de Europa al derrotar al Dinamo de Kiev en la final y dos años después volvió a jugar la final de la Copa de Campeones, aunque cayó derrotado por el Milan.

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Entre la disputa de la Copa Libertadores, que se jugó íntegramente después del Mundial de México y, luego de obtenerla, el objetivo mundial, River prácticamente dejó de lado el Campeonato 86/87 con el único pensamiento puesto en la cita ecuménica del 14 de diciembre.

Ya en Japón, a dónde se llegó varios días antes para aclimatar al plantel al cambio de horario, el Bambino Veira perfiló enseguida sus titulares para la finalísima, los mismos once jugadores que habían sido de la partida en la final del Monumental contra el América de Cali y que fueron los que salieron al césped del Estadio Nacional de Tokio: Nery Pumpido; Jorge Gordillo, Nelson Gutiérrez, Oscar Ruggeri y Alejandro Montenegro; Héctor Enrique, Américo Gallego, Norberto Alonso y Roque Alfaro; Antonio Alzamendi y Juan Gilberto Funes. El Steaua formó con: Stingaciu; Iovan, Belodedici, Bumbescu y Weissenbacher; Barbulescu, Stoica y Balan; Lacatus, Piturca y Balint.

Apenas el árbitro uruguayo José Luis Martínez Bazán dio comienzo al encuentro se vio con claridad el planteo de uno y otro equipo. Un River al acecho y esperando el error del contrario y un Steaua con buen manejo de balón, pero con falta de profundidad en el área rival. En un partido apenas discreto y con una evidente tensión en los protagonistas, hacía falta una picardía para romper el cero en el marcador y llegó de la mano de Alonso a los 28 minutos de juego. El Beto sacó rápidamente un tiro libre para el pique de Alzamendi que remató de derecha y el disparo pegó en un poste y después en Stingaciu para caer el rebote otra vez para el gran delantero uruguayo que, esta vez de cabeza, sí logró batir el arco rival.

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Ya con la ventaja en el bolsillo, River jugó a lo que mejor sabía hacer y de la forma en que se sentía más cómodo: esperando al rival y oponiéndole una muralla prácticamente impasable. De hecho, los rumanos tuvieron gran parte del control del balón durante todo el partido, pero apenas inquietaron a Pumpido, que tuvo que revolcarse ante una entrada de Piturca en la segunda parte, en la que fue la ocasión más clara que tuvo el Steaua. Alfaro tuvo el segundo tanto en sus pies, pero Stingaciu abortó la jugada cuando ya River gritaba el gol de la tranquilidad. Al final, ingresó Daniel Sperandío por Alfaro, para aguantar el resultado.

Y llegó el final y el gran grito de todo River y de los miles de hinchas genuinos y conversos que alentaron al equipazo del Bambino. Nicolás Leoz, flamante presidente de la Conmebol le entregó la Copa Europeo Sudamericana al Tolo Gallego, mientras que el presidente de la Toyota hacía lo mismo con el homónimo trofeo al Búfalo Funes. Ahí sí partió el grito desde la fría tarde japonesa a la cálida madrugada porteña. River era Campeón del Mundo. Todas las cuentas con la historia estaban saldadas.

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