Al desenredarme por fin de esa pesadilla, me vi tirado y maniatado en un oblongo nicho de piedra, no mayor que una sepultura común, superficialmente excavado en el agrio declive de una montaña…sentí en el pecho un doloroso latido, sentí que me abrazaba la sed (J.L.Borges, El inmortal).
Y uno creyó que la urgencia de sed, a River lo haría temerario o hundir su cara en la arena de Bahía para trabar y luchar en la arena, aunque más no sea con los ojos cerrados. Eso que se espera de un “inmortal” como River en una final. Sin embargo ya era tarde, llegaba con el tic-tac del corazón debilitado. Las piernas, las medias y los botines pesados. Los pies temblorosos. La mirada perdida que vi muy temprano en los ojos de Matías. La mente paralizada por el miedo. Vi un River quebrado. No alcanzaron los siempre bien intencionados parches al alma colectiva, que intentó poner Almeyda, viajando en micro. Ya no alcanzó el jugo del amor propio -aquello de “la actitud no se negocia”-. Se había exprimido. Y no hubo oasis de mejoría táctica y de estilo, donde recargar fuerzas.
La noche del desierto no fue más noche porque no hubo derrota. Pero fue la fiel imagen del desamparo y la impotencia, de un River que no perdió el partido pero que repitió inexplicablemente ese “conformismo” que lo condenó a este presente. Casi, casi desde aquel partido en La Plata contra Gimnasia donde había escalado, hasta con desdén, hacia un sitio inimaginable. Que no se permitió soñar y cuando se subió a la cima en vez de tirarse de cabeza, retrocedió escalón a escalón. Se asustó.
Con un técnico que se enamoró de Hitchcock y de su “Psicósis” antes que del amor de “Ginger y Fred” de Fellini. El “horror a la pérdida” fue el sacramento y el leitmotiv que lo desveló durante la mayor parte del torneo. Se olvidó que ni siquiera los autores futuristas como Murakami creen que en el fin del mundo uno pueda escapar a su sombra, por eso sugieren asumir riesgos y ponerle imaginación al “despiadado país de la maravillas”.
Este mundo futbolero, tan cruel como mágico, está hecho para desafiarlo. Así lo entendió Guardiola. Alguna vez, Pedernera, Renato, Didi y Delem. Y los “ojos de los niños maravillados por lo que pasó en Wembley” y alguna vez un equipo como La Máquina. Me duele muchísimo tener que escribir lo triste que es ver a este River tan lejos de su gloria, tan lejos de su juego, su historia, su destino de grandeza. Y aunque quizás no fuera el día más indicado, porque contra Olimpo había que dejar la piel. Tampoco eso sucedió.
Más allá de las diferencias que uno pueda tener con el estilo de Jota Jota López y la mala fama del personalismo “passarellista”, bien cabe recordar que durante su gestión fracasó Astrada, hoy jugando semifinales de Copa. El técnico más lírico de la Argentina, Don Ángel Cappa y ahora el Mourinho vernáculo. Sería muy injusto pensar que estos protagonistas visibles son los únicos responsables. Es cierto, Acevedo no dio un pase correcto, Ferrari y Díaz no marcaron ni jugaron, Pavone necesita oculista y el mismo Matías olvidó su sable de samurai y sólo los tres centrales fueron lo más rescatables del equipo. Es verdad, esta actuación requería de una épica especial. Ese heroísmo que se fue desangrando junto al desmantelamiento del equipo que nos legó la herencia maldita de Aguilar.
¿Nada tendrá que ver con este presente? Aquí estamos. Presos de nuevo de esa oscuridad impune y protegida por el mandamás de la AFA. Esa sombra que también juega su partido. Ella es quizás la más difícil de enfrentar, la que también nos subsumió en este final de terapia intensiva. Casi invisible y oscura, y que muchos de nosotros rápidamente olvidamos.
Sólo nos queda el milagro, ya no dependemos de nosotros. Ahora sólo resta ganar y esperar. Mucho me pregunté si servían de algo estas palabras desaprobatorias que más que un partido reflejan un proceso. Me quedó resonando: ¿De dónde venimos? “No se cuantas noches rodaron sobre mí. Doloroso, incapaz de recuperar el abrigo de las cavernas, desnudo en la ignorada arena, dejé que la luna y el sol jugaran con mi aciago destino…..un día rompí mis ligaduras y pude mendigar o robar mi primera ración de carne de serpiente”…Estas lágrimas que se me escurren me piden fe. Y siempre nos queda por gritar que sea como fuere: ¡River es inmortal!



