Una imagen en blanco y negro vale más que mil palabras. Así de vacío estuvo el campo de juego todo el fin de semana. Solamente vimos a los árbitos trotar un rato, y unos conos preparados para un calentamiento previo que nunca comenzó. Iba a ser el evento más deseado y trascendente para nuestros adentros, y por lo menos para mí terminó siendo la vergüenza y la decepción más grande jamás sentida. Lo único que me absorbe es la más profunda mezcla de tristeza e impotencia.

Las mentiras de la organización a la hora de ir postergando un partido que no iba a comenzar nunca. La música que sonaba cada segundo más alto para taparnos los oídos de la realidad y hacernos quedar como sus ratas de laboratorio en medio del caos que estaba ocurriendo en las calles y en los pasillos. El semblante apagado y sedado del público en las tribunas un rato antes del horario en que supuestamente iba a arrancar el partido. Los que sufrieron siete horas abajo de un sol asesino,mientras de fondo se escuchaban los balazos de goma que llegaban de afuera.

El esfuerzo tirado a la basura de los miles que se vinieron desde el interior con el mango justo. Que durmieron la noche del sábado en micros a la intemperie, o que gastaron la última moneda en un lugar para descansar. El miedo de familias enteras e inocentes que fueron atacadas por los gases, las balas, o por los delincuentes que post suspensión del sábado les robaron las entradas enfrente de las caras de todos los policías.  

Un cocktail explosivo en todo sentido de sucesos que empañaron una vez más el fútbol, y que me sacaron las ganas de todo. Llegar el domingo al estadio con más preocupación y angustia que adrenalina por vivir semejante final me terminó de partir al medio. Obviamente que no me da lo mismo el resultado de la final pese a todo lo vivido. Si es que se reprograma el partido deseo que River gane y lo pase por encima futbolísticamente a Boca. Pero algo se rompió dentro mío, y también creo que se ha roto definitivamente en el sentido de la final en sí.

Todo, de principio a fin y durante dos días, se dio en un marco de absolutas decisiones con total falta de sentido común. Llenas de idas y vueltas innecesarias, y atentando contra el espectáculo y el corazón de la gente. Donde mandan los violentos que no representan a River en lo más mínimo, los incapaces que organizan operativos, y los ventajeros que todo el tiempo seguirán tratando de seguir embarrando la cancha para ganarlo afuera del campo de juego, porque se sienten inferiores adentro.  Y el que la paga y la sufre es el hincha genuino y pasional. No importa si te tocó vivirlo desde la cancha, por la tele o con una radio en el medio de la nada. Durante todo el fin de semana fuimos rehenes de una puesta en escena lamentable. 

25 días teniendo en vilo al corazón. Tres suspensiones. Cuatro veces en total asistió la gente de ambos equipos a la cancha. Y todavía no se sabe si se va a jugar el partido de vuelta. Es una final digna de lo que fue la peor copa Libertadores a nivel organizativo de la historia. La que solamente se puede calificar con una foto en blanco y negro.