Hay una sola cosa que disfruto bastante más que la gastada a Boca en momentos como éste, a días de ese trompazo al mentón que fue el crucial tres a uno en la Bombonera, de esa demostración tántrica que bien pudo haber terminado en una goleada histórica. Una sola cosa: en esta coyuntura, siempre me ocurrió, lo que más placer me da es escucharlos a ellos haciendo catarsis grupal, ventilando sus patologías, sus temores, su enojo con cada uno de sus jugadores, con su presidente, con sus propios hinchas y hasta con un supuesto ídolo como es -o cuanto menos todos creíamos que era- su entrenador.

No es fácil que un hincha de Boca te lo blanquee, que se abra así con otro de la contra. Tenés que ser muy amigo, y tal vez ni siquiera alcance ese nivel de confianza. Esas conversaciones se suelen dar en un ámbito privado entre gente del mismo cuadro, donde los hinchas admitimos las cosas que nunca diríamos en público: que estamos cagados, que tal jugador nos tiene de hijo, que hoy no vino nadie a la cancha, que somos un desastre. Es casi como mandarse fotos en pelotas con una mina con la que tengas mucha confianza: sabés que no sale de ahí. En algún punto, en esas conversaciones todos los hinchas de fútbol estamos desnudos y exponemos nuestro sentimiento real, lo que de ninguna manera puede escuchar el simpatizante de otro equipo: porque para afuera pareciera que tenemos la obligación, o el mandato, de defender la grandeza, el honor, y la hombría que significa ser del equipo que somos.

Una de las personas que viola esa regla no menos tácita que sagrada y que por eso adoro escuchar es Juan Román Riquelme. Agarré su ya tradicional entrevista por Fox Sports Radio unos minutos después de llegar a Arequipa para cubrir el partido contra el Melgar. Riquelme suele decir lo que todos los hinchas de Boca piensan, lo que se dicen entre ellos, pero lo que ningún bostero diría abiertamente para no ser acusado de amargo, de cagón o de todas las grasadas con las que nos chicaneamos a diario. Riquelme no es así, y acaso incomode a algunos fanáticos de Boca. Riquelme dice que Boca es un equipito, que no tiene jugadores de su estirpe, que él no se come el chamuyo de que a Boca lo dejó afuera la Conmebol porque, como todos, vio que el equipo que en ese momento dirigía el célebre Arruabarrena no le había pateado al arco a River nunca en toda la serie, que no tenía forma de ganarle a un equipo de hombres, bien plantado, que los jugadores de ellos se pasaban la pelota en el área chica atemorizados, bloqueados, que por algo un grupo de hinchas decidió que el partido no podía continuar de esa manera, que no podía continuar siquiera, y llevó a cabo aquel temeroso ataque químico que ya es historia. Riquelme dice que Gago es la cara de la derrota en los últimos superclásicos, que River ganó bien, que pudo haber goleado.

Que Gallardo es un monstruo, que está harto de que River salga campeón de todo, que le dio vergüenza cómo ganaron la Copa Argentina que le afanaron a Central, que ya van a ser diez años de la última Libertadores de Boca, que ahora ni siquiera la juegan. Riquelme dice que ojalá que la gente no arranque con los murmullos porque bueno, esto es lo que hay y vamos a tratar de que no nos hagan quedar peor de lo que ya lo hicieron el domingo pasado. Por eso me fascina escuchar a Riquelme en momentos así, porque mientras toma mate desde La Noche Disco, destruye así como si nada la pose de sus hinchas, porque es muy bostero y porque no tiene ese tamiz ridículo que tenemos casi todos los futboleros en Argentina, ese cassette de orgullo que tantas veces nos hace quedar como unos idiotas. Nosotros, los de River, no estamos exentos de eso para nada: yo escuché cantar a miles de hinchas “nos chupa un huevo la B” mientras jugábamos contra algún club del que hasta diez minutos antes desconocía los colores de su camiseta. Y un poco me quería morir.

Otro de los momentos que disfruté esta semana fue enganchar, por recomendación de un amigo, un programa partidario de Boca en Crónica TV. Estaban todas las figuras de la opinión pública bostera desde la Bombonera, sentados en unos sillones, con una picada de canje en el medio de la mesa y subrayados por un graph que decía “después de la derrota, todas las respuestas”. Era una especie de terapia grupal. De haber sabido que existía ese programa, al día siguiente del tres a uno, habría comprado pochoclos. Y en la mesa estaban Dani Campos y el Ruso Ribolzi, acaso los mejores exégetas del bosterismo que tiene el mundo, puteando a todos los jugadores, a Guillermo, proponiendo poco menos que poner una bomba en Casa Amarilla, envidiando a corazón abierto los jugadores que tiene River, los planteos de Gallardo. Del otro lado, otros periodistas, tratando de atajarlos como podían para sostener esa pose y esa reputación que debemos proteger ante todo.

Cuando volví de Perú, me subí a un taxi para ir al diario. No suelo hablar con los taxistas, pueden ser bastante pesados y muchos suelen contar las mismas historias de supuestos superhéroes, que el otro día se subieron dos pibitas de veinte años y que hicieron un trío en el taxi estacionado en la Panamericana, cualquier batata para que uno les diga “qué groso, che” mientras en realidad piensa “no sé si este tipo es más mitómano que misógino o más misógino que mitómano”. Pero ese taxi tenía algo: una cintita azul y otra amarilla atadas al espejo retrovisor. Y ahí, a mitad del viaje, hice una de mis performances favoritas: hacerme pasar por hincha de Boca para que el tipo confiese todos sus temores, para ver la esencia bostera desnuda, dolorida, miedosa. Intentaré reproducir la conversación.

Yo: Qué desastre que somos, maestro…

Él: Uf, ni me hablés, estoy re caliente. Estos tipos se tienen que ir todos a la mierda, estoy harto. ¿Sabés que son capaces de perder el campeonato contra las gallinas éstas, no? Qué hijos de puta, me da vergüenza que jueguen en Boca.

Yo: Totalmente, qué baile que nos comimos el domingo.

Él: ¿Y cómo no nos vamos a comer un baile si ellos tienen un técnico de verdad y nosotros tenemos a este boludo que sigue poniendo a Peruzzi, a Vergini, al pecho frío del uruguayo (Bentancur), al pelotudo de Pavón? Esto no camina, hermano, ni una patada pegaron. ¡El único que pegó fue el negro Fabra y ahora parece que lo va a sacar! ¿Vos viste cómo nos ganan ellos todos los partidos? Cagándonos a patadas. Porque juegan bien, pero nos cagan a patadas también. Y nosotros tenemos jugadores boludos, que se esconden, que están cagadísimos. Yo te digo, Guillermo se tiene que ir, pero que se vayan todos los jugadores con él, eh, todos. Nos compramos la mentira de Centurión, ahora quieren pagar como siete palos por ese flaco que vive en cualquiera y que juega un partido y no juega cuatro porque se lesiona. Somos unos pelotudos.

-Nos cagó que se vaya Tevez también.

-Y sí, pero yo lo entiendo, cómo no se va a querer ir jugando con estos muertos. Le pusieron esa guita y dijo “mis opciones son o seguir renegando con estos infelices o ganar cien millones de dólares por día”. Y qué iba a hacer. Yo hubiera hecho lo mismo.

-No sé. Yo al que ya no puedo ni ver es a Gago, siempre lo mismo contra River. O se lesiona a los dos minutos o les da la pelota a ellos. ¿Te acordás la que hizo en la Libertadores? Regala la que termina en el penal de River.

-Estoy harto de ese tipo. ¿Cuándo vamos a tener a uno como Ponzio? Ése es jugador para Boca. Que lo ponga a Barrios al menos que mete un poco más, no a este flojito. O al boludo de Pablo Pérez. ¿Tiene una beca que juega siempre? No es malo, pero…

-¿Se puede fumar?

-Sí, abrí la ventanilla, yo voy a fumar también. Te decía, no es malo Pérez, pero en los partidos importantes siempre se caga. ¿Esos son los referentes del plantel? Ellos tienen a Maidana y a Ponzio y nosotros no tenemos a nadie. Si siguen así nos van a sacar el campeonato. Y ahí sí: nos tenemos que ir a vivir todos a China, eh. Yo los veo, están todos cagados. Y nosotros somos unos pelotudos también, te digo: seguimos cargando a River con lo de la B y ellos se cagan de risa, ganan todo, nos dejan afuera de las Copas. ¿La gente es idiota? Hay que putearlos a todos estos tipos, hermano, qué querés que te diga.

-Pasa que ahora no nos queda otra que bancarlos.

-Qué sé yo. Que salgan campeones o se pudre todo. Y si salen campeones, después no quiero que renueven todos: hay que echarlos igual. ¿Te digo lo único que nos puede hacer zafar un poco?

-Decime.

-Que se va Gallardo a fin de año. Es lo mejor que nos puede pasar. Qué bueno que es el hijo de puta ése.

-Sí, no lo soporto más.

-Bueno, qué va a ser, viejo: ¿por acá está bien?

-Sí, acá adelante del taxi ése que está en doble fila.

-Bueno, suerte, hermano, que tengas un buen día.

-Vos también.

Me bajé del auto, respiré, me cagué de risa y pensé: “Esto lo tengo que escribir”.

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