Pensé que iba a ser una más de las anécdotas para revivir con amigos, como el viaje de egresados, el primer beso, el primer día de laburo. Jamás imaginé que aun habiendo pasado dos meses me siga haciendo emocionar al punto de llorar mientras escribo una nota sobre eso.

Desde aquel 9 de diciembre de 2018, cada día que pasa la copa es más amada, más ganada. Es como si volviéramos a ganarla todos los días, cuando nos despertamos, cuando nos leemos entre nosotros, cuando vemos videos de la misma jugada una y otra vez desde miles de ángulos distintos, cuando River vuelve a ganar. Todos los días la ganamos un poco más.

Pero, ¿qué es ganar? Lo podemos resumir en habernos quedado con el triunfo, pero sabemos que esto va más allá. No sólo se le gana al rival, también se le gana a uno mismo. Se le gana a esas frustraciones internas, a esas pesadillas que no te dejaban dormir, se le gana a la ansiedad. Se le gana al miedo de lo que puede llegar a pasar si no ganás.

Se le gana al pasado, porque también ganamos todos los del 2011, ganó ese pibe que en la escuela lo cargaron por haberse ido a la B y que intentaron hacerle creer que no podía sentir orgullo de su club. Ganó el pibe que fue cargado por el presidente y visto por todo el país. Ganó tu primera camiseta, tu primera gorra. Esa indumentaria que hoy tiene un blanco un poco amarillento por tantos años que han pasado pero que añorás y guardás como el tesoro más preciado.

Se le gana al vacío de los que ya no están, porque en ese triunfo te reencontrás internamente con ese hincha de River que ya no ves más, con tu viejo que te llevó a la cancha por primera vez, con tus abuelos que te regalaron la primera camiseta, con ese amigo que se quedó en la mitad del camino de la vida pero que siempre llevará los mismos colores que vos. Se hacen presentes en cada grito de gol, en cada festejo, cada vez que un jugador se acerca al área chica, en cada momento en el que te animás a pensar ‘mirá si estuviera acá hoy’, y está.

Se le gana a cualquier enemistad o distanciamiento que puedas tener con ese ser querido, porque en la alegría las almas se unen para olvidarse de todo y sólo celebrar.

Se le gana al periodismo, a los vende humo, a los detractores. Se le gana a todos los que antes de que se jugara nos decían qué iba a pasar con nosotros e intentaban ordenarnos cuánto podíamos festejar o no.

Se le gana al futuro, cuando esta vez seas vos el que le estés contando a tu hijo esa final de película como tu viejo te contaba a vos de ‘La Máquina’, Labruna, Sívori y tantos ídolos que vinieron después.

Ganó el barrio, ganó el Antonio Vespucio Liberti. Ganó el himno de River sonando en el Santiago Bernabéu. Ganó Argentina en España, ganaron las calles del país. Ganaron todas las mesas de los hinchas de River en cada juntada, cada asado, cada cumpleaños.

Gané yo. Ganaste vos que ahora estás leyendo esto en tu casa, en el laburo, en el bondi o en el tren y te emocionaste como yo mientras lo escribo. Les gané a todos mis miedos, les gané a los que me odian porque jamás imaginaron verme feliz en perpetuidad. Le gané a mi insomnio de cuarenta días, a mi histeria, a mi estrés. Les gané a todas las promesas y todos los rezos, le gané a cada llanto por nervios, a cada insulto a Dios.

Le ganamos a lo que no podíamos imaginar, a lo que no se nos había ocurrido. Ganamos en Diciembre, ganamos hoy y mañana. Ganó River. Ganamos para siempre.