Cuatro días antes de mi cumpleaños mi perra tuvo un accidente. Saltó contra una puerta de vidrio y se cortó las patas delanteras, parte de los tendones. Lo que iba a ser el festejo por mis veintiocho años quedó desmoronado en medio segundo por la preocupación que me generaba su recuperación, si zafaba o no. La operaron de urgencia y se salvó. Tres horas después, cuando ya no quedaban restos de anestesia en su cuerpo, la tenía corriendo toda vendada de punta a punta por mi casa. Corría, como probándose su estado ella misma. Mi perra se llama Maidana.

Es raro, y hasta gracioso, pero hay una conexión entre Maidana animal y Maidana hombre. Ambos siempre están ganando el terreno, siempre adelantándose, poniendo el cuerpo.

Cuando mi perra está en la casa y viene alguien ajeno a la familia esa persona no se anima a pasar, su sola presencia impone respeto, pero también miedo. Antes de entrar preguntan si pueden, si está todo bien, si no pasa nada. Y ella tantea, mide, mira y huele. Recién después de todo eso, decide si te da el okay o no. Pero te va a estar mirando desde que entraste hasta que te vayas, así que ojo con hacer un movimiento en falso.

Un tanto parecido a lo que sucede cuando algún rival llega al área, ahí siempre está él, estaqueado, amurallado, mirando, tanteando. Como un guerrero, esperando el momento de atacar. Cuidando la casa, a la familia.

Tanto le importa cuidar la casa que estando lesionado quería seguir, su cuerpo le decía basta pero su corazón quería seguir. Y qué difícil no hacerle caso al corazón.

“Un guerrero sabe que espera y sabe lo que espera; y mientras espera, deleita sus ojos en la contemplación del mundo”, escribió Carlos Castaneda, y Jonatan tuvo que esperar para poder ahora dar pelea en las batallas que vendrán.

Y no sólo esperó él, sino que esperamos todos, sabiendo en el fondo que su fortaleza lo iba a poner de nuevo en el lugar donde tiene que estar, donde está siempre. Como tuve que esperar yo, para que me dijeran que había salido todo bien, que Maidana se volvía conmigo a mi casa, que había sido sólo un susto, que iba a poder festejar. Y festejé. En unos meses vamos a querer festejar todos.

Dice la psicología que la confianza es la base de todo vínculo, que no hay manera de sostenerlo sin ella, y es precisamente eso lo que forja mi nexo con Maidana. Jamás podría estar tranquila si no tuviera la plena seguridad de que va a cuidar el terreno, si no tuviera la confianza ciega de que no va a dejar pasar a nadie que quiera entrar, y que todo aquél que se acerque primero va a ser medido y después va a tener que luchar. Con él. Ah sí, y con ella.

Hace siete años que forma parte de esta institución, de esta casa. Siempre estando donde tiene que estar, dejando todo y más dentro del campo de juego. Referente de los más jóvenes y amigo de los que, al igual que él, hace rato son las caras que representan a este River. Agradecido de la oportunidad que supieron darle y el lugar que se ganó a base de mucho esfuerzo. Siempre leal a la camiseta, mostrando el respeto que se le debe tener.

Y es que eso es lo que hace a un guerrero, la fidelidad y la pasión que siente y demuestra al momento de batallar, protegiendo su lugar y a los suyos, enfocado en el hoy y en dejar todo de sí mismo ‘aquí y ahora’. No hay otro momento, es hoy.

Tan mimetizados están Maidana y Maidana, que cuando dicen su nombre en la tv ella se da vuelta a mirar. Tuve suerte, tengo a cada uno defendiendo mis dos casas.

(Foto: Diego Haliasz / Prensa River)

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