La inmensa mayoría de los equipos que quedaron en la historia grande del fútbol además de haber conseguido títulos importantes y marcado una época tuvieron un grupo humano digno de destacar y eso sucedió en el River de mitad de los 80, cuando de la mano de Héctor Veira el Más Grande dio la vuelta olímpica en la cancha de Boca, ganó la Copa Libertadores de 1986 y se consagró en la Copa Intercontinental ese mismo año. El Millonario contaba con caudillos como Américo Gallego o Norberto Alonso, pero también con futbolistas talentosos que daban sus primeros pasos en Primera como es el caso de Néstor Gorosito.
Pipo fue invitado a F90 en ESPN, programa del cual participa Oscar Ruggeri y el propio Cabezón contó una anécdota de aquellos años desopilante: “Estábamos en la concentración y por la ventana, la que da al playón y la cancha de tenis, y vemos reunidos a todos los dirigentes y dijimos ‘ahora’ y agarramos los huevos, los tomates y se los tiramos. Los huevazos y tomatazos que les tiramos… no sabes cómo corrían. Nosotros nos íbamos a jugar contra Racing, entonces bajamos al micro, nos sentamos quietitos. Entraron los dirigentes y dijeron ‘tiene todos multa, se terminó esto, hasta acá llegamos, no da para más’. Terminaron de hablar y les dijimos que se bajen del micro. Lo echamos a Di Carlo. Cerramos el micro y nos fuimos nosotros solos”.
Por su parte Pipo remarcó un ítem fundamental para el éxito: “Había mucho compañerismo, nos juntábamos en la semana, comíamos picada casi todos los días. Todos tenían que frenar un ratito a tomar algo y seguir”, y Ruggerí destacó el castigo que tenían aquellos futbolistas que no concurrían a comer la picada y tomar algo: “Y al que no venía le dábamos una paliza, nada de multa”.
La importancia del Bambino y la llegada de Griguol
“De los entrenadores que tuve yo el que mejor vi que corregía en el entretiempo fue el Bambino y lo que tenía muy bueno también era que formaba muy buenas sociedades”, destacó Gorosito sobre el trabajo de Héctor Veira y luego hizo lo propio con la llegada de Griguol, en 1987, que tenía a Carlos Aimar como ayudante de campo: “Cuando llega el Cai con Timoteo se encuentran con una locura, era un manicomio eso. Yo siempre me acuerdo que ellos venían de una escuela más rígida, todo más controlado y nosotros tuvimos mala suerte porque se trabajaba extraordinario”.