Hace un año y medio escribí un texto para mi viejo y para Gallardo, y me gustaría que todos lo leyeran. Gallardo sigue siendo mi papá. A lo mejor estoy más crecidito y a veces me animo a criticarle algún planteo, que ponga a tal jugador y no a tal otro, pero siempre caigo en la misma: es muy difícil no quedar en ridículo cuando criticás a Gallardo.

Sigue siendo mi papá y sigue siendo el único técnico de fútbol que sabe más que el hincha. A lo largo de este tiempo me di cuenta de que es un poco humano, vi algunas debilidades en él como las que tenemos todos, pero como las que también tienen todos los superhéroes. Porque pasan los años, pasan los jugadores, los modelos de camiseta, el equipo juega bien, muy bien, mal, muy mal, es regular o irregular, juega con juveniles o con hombres de experiencia, a tener la pelota flotada o a chocar paredes a toda velocidad, pero lo que no cambia es que siempre hay un River de Gallardo en una final.

Gallardo es mi papá, ese tipo en el que podés delegar absolutamente todo y poner piloto automático porque sabés que él se encarga y lo resuelve. Gallardo se levanta a mitad de la noche para ir a mear, hace una parada técnica en la heladera, picotea un quesito, clasifica a una final y vuelve a la cama a dormir. Así de simple lo hace. Cómo. Algo tiene ese pequeño gran hombre. Humildad, trabajo, inteligencia, viveza, personalidad ganadora, un aura de campeón, de conquistador. Sos Napoleón, Muñeco, petiso y bravo como él. Son ocho finales en tan poco tiempo. Ocho, una cada cien días y moneditas. Cómo lo logró, cómo, cómo. Porque ya no es una cuestión de los jugadores: pasaron buenos, buenísimos, intermitentes y flojos, pero la foto siempre es la misma: Gallardo sentado en un banco de suplentes y un trofeo en una tarima a unos pocos metros de distancia. Un trofeo que en general va a parar a las vitrinas del Museo. Un amigo de Huracán ayer me decía orgulloso: el Globo y el Barcelona de Messi, acaso el mejor equipo de toda la historia del deporte, son los únicos clubes del mundo que lograron ganarle una final a un River de Gallardo. Datos duros, no opiniones. Yo creo que, entre todas sus virtudes, la principal que tiene este hombrecillo es la capacidad de hacer que sus equipos salgan a la cancha juramentados en los partidos internacionales, en los cara a cara. Porque el jueves en San Juan contra Gimnasia hubo un partido internacional, la especialidad de la casa: porque fueron, en definitiva, los 128avos de final de la Copa Libertadores y los 512avos de final del Mundial de Clubes. Sólo faltan diecinueve juegos para ser campeones del mundo, Muñeco. Y con vos ahí sentado a uno le parece que todo es posible.

Te quiero como a un padre, Muñeco. Como a un padre al que a veces se lo aporrea porque se lo quiere pero que siempre tiene razón, al menos mientras seamos chiquitos. Que siempre te enseña. Una vez lo critiqué y -cuento esta sutil intimidad sólo porque ya prescribió- me llamó para explicarme por qué había hecho lo que había hecho, con vocación de maestro, y lo volví a sentir paternal y lo entendí. Y sentí que él también me quería a mí, que por eso quería explicarme. Que me quería. Como nos quiere a todos los que en una tribuna o un palco de prensa lloramos por su gesta como lloré yo al lado de mi viejo esa noche de Copa Libertadores. Gallardo me regaló ese momento inolvidable y yo no puedo estar más que agradecido. Como le agradezco ahora y le agradeceré después por todas las finales que van a venir.

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