(Yokohama – Enviados especiales) River dio todo lo que tuvo a su alcance, pero un grosero error del árbitro lo puso en desventaja y desde entonces perdió la brújula hasta caer 0-3 frente al Barcelona, por la final del Mundial de Clubes.

La tristeza es grande. Resulta inevitable. Hay dolor, frustración y muchos sentimientos más que causan un inexorable nudo en la garganta. Pero ese nudo también es producto de las lágrimas de orgullo. River dio orgullo mundial. No por lo hecho en la fría noche de Yokohama, sino por este ciclo glorioso, inolvidable, que permitió borrar los recuerdos menos deseados para darle paso al éxito sin frenos hasta medirse frente al poderosísimo Barcelona. El coloso europeo, legítimo ganador del certamen, necesitó de la complicidad de un árbitro iraní para lograr la apertura del marcador que merecía y se negaba sistemáticamente en las manos de Marcelo Barovero.

¿Era posible sostener con argumentos la chance de dar la vuelta olímpica en Japón? Ahora, dadas las circunstancias, parece utópico. Aunque la realidad indica que mientras River sostuvo su libreto inicial despertó cieto grado de dificultad para el equipo catalán. La presión en bloque del principio cerró los caminos, obligando a que la salida fuera para Javier Mascherano. Puso en jaque el retroceso rival. Lionel Messi, de tarea brillante, exigió e hizo lucir a Trapito y, a partir de ahí, se derrumbó ese coraje inicial. Una pena.

Pese a ese declive gradual, el Millonario no se metió atrás. Sí replegó líneas y, en lugar de asfixiar arriba, buscó unos metros atrás. Una falla que permitió que Barcelona empezara a manejar el balón con comodidad y tuviera esas ráfagas de lucidez inigualable que lo caracterizan. Barovero evitó que Neymar definiera mano a mano. También le negó el grito de tiro libre a Messi. En el medio de ambas acciones, River se animó a buscar los espacios. Exhibió ideas, pero la ejecución estuvo lejos de ser la adecuada para que el esfuerzo de Rodrigo Mora y Lucas Alario tuviera su premio ante un seguro Claudio Bravo.

Cuando iban 35 minutos de la etapa inicial apareció el quiebre esperado por los avisos e injusto por el modo. Leonardo Ponzio perdió la pelota contra la banda derecha. Podría haber ganado una infracción o incluso dejar que se fuera por el costado. Aunque sucedió lo que no tenía que suceder: Barcelona ganó, Neymar y Messi entraron en sintonía, Dani Alves colaboró -floja noche de Leonel Vangioni en su sector- y el astro argentino resolvió de manera excelente. Sin embargo, acomodó la número cinco con un brazo. Era mano. Clara, evidente, excepto para Alireza Faghani, un juez que se equivocó groseramente.

Más allá de esa serie de jugadas que concluyeron en el 0-1, River estaba lejos del arco adversario. Por un lado, era interesante aprovechar los espacios y combinar contragolpes veloces; por otro, implicaba un riesgo enorme. Fue difícil, cualquier estrategia podía ser doblegada. Messi amenazaba en cada arranque, mientras que Neymar empleaba su mayor capacidad desequilibrante. En ese contexto, River se fue al descanso con el desafío de revertir el desarrollo y el resultado en la segunda parte.

La esperanza duró poco. A los tres minutos del complemento, Luis Suárez mostró su jerarquía para aumentar la distancia en el marcador, cara a cara con Trapito. La defensa del Más Grande, totalmente descolocada. Eder Álvarez Balanta, de mayor a menor, no recibió ayuda y fue superado por la situación. Ese momento fue un quiebre. Messi perdonó tres veces. Barovero rechazó una posibilidad de Suárez, que nuevamente festejó en la siguiente visita al área: cabezazo perfecto, tras un centro de Neymar.

River lució noqueado durante ese transcurso. Demoró en reaccionar. Los cambios ayudaron poco. Entre el tiro de Alario en la etapa inicial y el cabezazo de Sebastián Driussi, para poner a prueba a Bravo, pasaron 47 minutos. Demasiado. Si bien es cierto que al menos hubo coraje y valentía para buscar el descuento -estuvo cerca, sobre todo a través de un zurdazo de Gonzalo Martínez-, faltó puntería. Hubiera servido para que semejante esfuerzo sostenido en un año y medio inquietara un tanto al grandioso Barcelona.

Lamentablemente, como reconoció Marcelo Gallardo en conferencia de prensa, restaba mucho en el aspecto futbolístico con respecto a otros tiempos. Fue evidente. Aun así, tanto el plantel como los más de 20.000 hinchas provocaron un orgullo mundial. Los simpatizantes por el apoyo a 18.000 kilómetros, mientras que los jugadores gracias al inolvidable ciclo multicampeón, noticia en todos los rincones del globo terráqueo. Y eso, pese a la desazón, jamás quedará en el olvido.

+ Las imágenes de la final.

+ El MaM de LPM:

+ Una hinchada campeona del mundo.

+ Jugador x Jugador.

+ Un gol ilegítimo de Messi abrió el partido.

+ Fotos: Todo el color de la previa.

+ Video: La premiación al plantel.