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La Revolución del 75

En 1975 River volvía a salir campeón tras 18 años de sequía.

pablo-desimone

El l4 de Agosto del 75 fue un jueves laborable. No sería un día más en mi vida, aunque ya para ese entonces sospechara que este país se iba quedando sin alma. Si usted era hincha de River, esa mañana seguramente se levantó más temprano que nunca. Puso el Fontana Show y antes de salir para el laburo, esperó escuchar algún flash informativo que dijera que la huelga de futbolistas se levantaba. Había esperado l7 años, 8 meses y 9 días para que se produzca la Revolución de River y justo se tenía que empañar con el paro.

Uno siempre estuvo a favor de las reivindicaciones salariales, que siempre fueron como el cuento de la buena pipa. “Yo no te digo que estoy en contra de los aumentos, pero si aumentamos va a haber inflación”, una vieja letanía que bien sabía esgrimir cierto empresariado contra una dirigencia gremial absolutamente burocratizada. Pero en mi caso tenía otro dilema por resolver: ¿River o la huelga? Puta, ¿nunca la felicidad sería completa en este país?

Habíamos soñado tanto en cambiar el mundo como volver a dar “la vuelta” con River. En el medio del gran día, el más esperado, el caos social. Sentíamos que estábamos asistiendo al peor derrumbe. En manos de la triple A y de los paramilitares que infestaban. Andábamos con el miedo a cuestas. No hacía falta ser Monto, de las FAR o del ERP. En mi caso, un tímido idealista que endiosaba al Che, como la mayoría de los jóvenes y estudiantes, pero soberanamente tímido, porque no comulgaba con los fierros ni la sangre derramada. La muerte merodeaba de noche en operativos conjuntos entre la SIDE y las FFAA. Era un fantasma invisible pero real. Cómo liberar las culpas de ser sobrevivientes, cómo alivianar el odio, cómo desarmar preventivamente nuestra identidad. Hoy puedo entender mejor aquellos días y darme cuenta también de todo lo que significó poner el bocho en otro lado.

No era solo la huelga de futbolistas la que impedía disfrutar a full. Había un sentimiento de derrota profundo en el pueblo. ¿Cómo nos aferrarnos a esas pocas alegrías que nos íban quedando? ¡Cuánta depositación, cuánta libido, energía vital hubo en esa Revolución popular que fue el fenómeno River 75! ¿Dónde jugar los pedacitos de vida que nos iban quedando? ¿Dónde transformar el instinto tanático que no sea alentando sin parar, reventando boleterías, acompañando al equipo de Angelito como nunca? Algo parecido pasaba con el país en general y el resto de los deportistas: Locche, Galindez, Monzón, Vilas y Reutemann se turnaban para arrancarnos una sonrisa. Todo era tan tenso, pasaba de todo y nadie hablaba de nada.

Daniel Viglietti, Piero, Yupanqui, La negra Sosa y Quilapayún se convertían en autores clandestinos. Sui Generis, por las dudas, preparaba su despedida, se prohibían La Patagonia Rebelde y los Gauchos Judíos. Listas negras por doquier y lo más trágico: faltaba Juancito en la cuadra y era como si Juancito nunca hubiera existido. El “75” eran el dolor en lo político y el amor a River simbióticamente unidos de manera incomprensible, casi todo un ejercicio de sadomasoquismo. Todo ese infierno inseparable bajo el mismo cielo, el mismo techo, la oficina, la fábrica, dentro de uno.

Disociados. Vivíamos esquizofrénicamente disociados para no renunciar a la posibilidad de ser actores de otra película y no de esa. Y la otra película era parecida a la que puso a prueba a River durante 18 años de desencuentros, de caídas, de desesperanzas y ahora de renacimiento. Tantas habían sido las frustraciones y tanta la mala suerte, que esa noche la había imaginado como ninguna. Única, fastuosa, orgiástica, disfónica, atronadora y de cenicienta. Del pueblo, de los más humildes y de la clase media también, que todavía existía.

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Pero bueno, las cosas eran como tenían que ser en aquella argentinidad que desde ese entonces nunca dejó de estar al palo… País de brujos y de brujas. De maleficios y de malicias. De idealistas, de soplones, de rapaces carancheando alrededor de los despojos de poder que había dejado el líder muerto. País sin rumbo. O sí, rumbo a su propia destrucción. Y había que respirar, no quedaba otra y había que espantar a esos arcanos aguafiestas del inconciente que nos venían a escupir el asado. ¡Qué mierda, había que disociarse! No nos iban a cagar de nuevo la fiesta. Aunque jugaran 11 chicos desconocidos, aunque mi abuela hubiera salido a la cancha, había que ir a ver de nuevo a River Campeón.

Y fui con pocas ganas, pero fui. Mis amigos casi me arrastraron, tengo que reconocerlo. Estaba dolido por la ausencia de mis ídolos, pero cuando llegamos a la General Paz y vimos la locura de autos embanderados, me empecé a embalar. Me acuerdo que hacía frío, yo estaba con un sobretodo largo, tipo Napoleón. No sé cómo hicimos para colarnos en la platea baja, creo que le dimos guita a un cana, porque entradas no habían más. Y de ahí pudimos saltar a la cancha, a arrancar el pasto, a dar vueltas a lo loco, hasta encontrarme increíblemente con uno de esos amigos nuevitos de la facultad, que como buenos gallinas nos sentíamos el olor y nos sentábamos juntos en algunas cátedras, para hablar solo de River… y ahí, en medio de esa marea humana, encontrarlo. Esos momentos mágicos en que la vida nos hace sentir el milagro de existir.

La gente no era estúpida. De aquella primavera de Cámpora que se coreaba en la cancha: “Lo dijo el tío, lo dijo Perón, hacete de River que sale Campeón”, en agosto del `75, ya no quedaba nada. Solo la descarga de burlarse de López Rega y de Boca. Al son de Mambrú se fue a la guerra se cantaba: “¿A dónde está la Boca chiribi, chiribi, chi, chi,? Se fue con López Rega, no se cuando vendrá, aja, ja… aja,ja,….¡ no se cuando vendrá!”. O aquél: “Yo tengo fé que River es campeón, Armando y López Rega la p… que te parió”.

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El 15 de Agosto de l975 me desperté ávido de revivir la fiesta. El diario Clarín publicaba en tapa: “RIVER, tras 18 años, es otra vez campeón”. Junto a la foto de la portada aparecían otros títulos impactantes. El último: “Economía. Juró ayer el nuevo Ministro”. El recordado Celestino Rodrigo dejaba su lugar a Pedro Bonanni. En tan solo un mes y medio del 2/6/75 al 22/7/75, se había producido el “Rodrigazo” que llevó el dólar de $21,00 a $34,50 y triplicó el precio de los combustibles. Faltaban 7 meses para el golpe del `76 y mientras “se pedía llegar a las elecciones aunque sea con muletas”, el entorno militar ya preparaba su cerco asesorado por los cipayos de adentro y los dictados de Rockefeller y Kissinger. Los viejos fundamentalistas de mercado afilaban los colmillos del vampirismo privatista.

Mientras se replegaban las banderas de las facultades, la guerrilla rural ya estaba absolutamente aniquilada, y la urbana sería vendida en Monte Chingolo. Crecía la circulación de los Falcon verdes y muchos argentinos creían que con Videla asumía un estadista de “mano dura”, simplemente. Nunca imaginaron que en manos de los militares la deuda externa per capita crecería de $350 a $l500, cinco veces más, y que para llevar adelante semejante saqueo se necesitaron 30.000 desaparecidos. Isabel pidió licencia y Luder dictó las famosas Leyes de Aniquilamiento. La suerte estaba echada. El embrión de una Argentina que hasta nuestros días no podría salir de su postración se estaba gestando.

Aquel 14 de Agosto del `75, como tantas otras veces, sentí tan propios los versos de Discepolín: Vi llorar la Biblia junto al Calefón. Mientras muchos se desgarraban el alma, otros disfrutábamos por ignorantes, para mitigar el dolor, por negadores. Y también porque nos sentíamos con derecho a no reprimirnos el derecho a la alegría, aunque sea por única vez. Ese inmenso deseo que nos desvelaba desde tantos años atrás. Para mí había una revolución pendiente. La única que pudo ser fue la Revolución futbolística y pasional del `75. El equipo de Fillol, Comelles, Perfumo, Passarella y Héctor López, J.J, Raimondo y Alonso, Pedro González, Morete y Más, aquél que todavía sabíamos de memoria, le dejaba el lugar al Tati Rafaelli a Groppa, a Gómez a Bruno.

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Para los que padecimos “la yeta”, no fue un día más, ese día queríamos arrancar el pasto a mordiscones. Queríamos conjurar todas las broncas juntas de una vez por todas. Pasaron 30 años y mientras escribo estas líneas me doy cuenta qué mezclado estaba todo. Rodolfo Bracell, asegura que los Argentinos “de fútbol somos” y el fútbol es capaz de disimular semejantes contradicciones. ¡Qué paradoja! Lo que para River significó la Segunda Fundación, para el país fue su Segunda Decadencia. Un inolvidable recuerdo y una lección, un equipo de futbol que pudo a pesar de los fantasmas recuperar el alma, y un país que quiere y no puede. Que todavía está en veremos.

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