Te vi una y mil veces con una sonrisa en la cara derrochando optimismo, incluso hasta cuando estabas encerrado en dos muletas tachando los días para volver, o tirado en una cama a punto de operarte. Te vi siempre dispuesto a levantarle el ánimo a cualquiera que te haya rodeado. Te vi brillar en situaciones límite adentro de la cancha, y te vi siendo el primero de la fila a la hora de apoyar y festejar cuando estuviste afuera. A pura humildad, y con sentido de pertenencia grupal por sobre lo individual. Por eso fuiste un líder absoluto dentro del vestuario durante todos estos años, y por eso hoy TODOS  los que compartieron y aprendieron a tu lado se desviven por agradecerte y hacerte llegar el afecto.

El final fue triste y demasiado injusto, como tan maravilloso fue todo tu camino. Porque te vas, pero en verdad te quedás para siempre. Y conociéndote un poco sé que no bajarás los brazos, y que quizás en un futuro intentarás desafiarte otra vez para retirarte dentro de la cancha. Volverás a batallarle a las tormentas con la fortaleza que te envuelve, y a demostrar todo ese poder que te hace diferente al resto.

Gracias por cada enseñanza de vida, y por cada entrega total e innegociable adentro de la cancha. Por tus vaselinas inolvidables que provocaron rugidos hermosos. Por esa metralleta que en cada tiroteo provocó una relación innegociable. Un ida y vuelta inquebrantable.

Por las dos Libertadores levantadas de manera gloriosa. Por aquel llanto pleno de descarga en Mendoza después de ganarles la primera final a ellos, sabiendo que habías vuelto a hacer lo que más te gusta a puro sacrificio. Por cada historia o posteo con mate en mano donde le inventabas un apodo a algún compañero. Por elegir siempre a River cuando varias ofertas multimillonarias desfilaron por tu mesa.

Latido a latido uniste tu corazón con el nuestro, y eso no se olvida en la vida. Hasta siempre, Uruguayo encantador. Hasta la próxima sonrisa iluminada que salga de tus adentros para llenarnos el alma.

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