"15 años atrás, River terminaba perdiendo por goleada, con tres expulsados y peleas hasta en las tribunas", comentó un amigo trazando una comparación entre el modo totalmente opuesto en que el equipo de Marcelo Gallardo se quedó afuera de la Copa Libertadores y lo que solía ocurrir en otros tiempos no tan lejanos, aunque muchas veces la memoria es corta. Ya se ha dicho desde este espacio el cambio de rumbo en la historia de River que se logró de la mano del Muñeco. Pero en este momento, todavía con el dolor de no haber podido llegar a otra final, es tiempo de explicar por qué los hinchas se sienten orgullosos incluso en la eliminación.

Después del 0-3 en Avellaneda muchos pensaron que era imposible, que era una utopía pensar en revertir el resultado. Es verdad, River había tenido algunos rendimientos que preocupaban, pero también tenía una reputación reciente que invitaba a renovarle la confianza y creer. No era simplemente repetir una frase. Era creer desde el convencimiento, desde lo que le transmitió Gallardo a sus jugadores y también a la gente que prendió el televisor sabiendo que la noche épica era posible.

Fue épico lo que hizo el equipo en Brasil. Se plantó, como siempre lo intenta, para ser protagonista, aplastó a Palmeiras y estuvo a tiro al menos de llegar a los penales. ¿Con qué armas? Las futbolísticas, las de ir al frente, las de atacar incesantemente buscando los goles que necesitaba. Incluso cuando quedó con un hombre menos por la expulsión de Rojas, River siguió siendo superior a su rival, al que borró de la cancha. Es una victoria de las que no se festejan, claro, porque el balance general de la semifinal da negativo en los números. Pero da positivo en el pecho inflado, en el orgullo de sentirse representado por el equipo, en el respeto por los jugadores que se brindaron hasta el último minuto y les dolió quedar afuera de la Copa como a cualquier hincha.

Ya llegará el momento de analizar otras cuestiones, las ventas, los refuerzos, y demás situaciones que pueden haber influido. Ahora hay que aplaudir a ese arquero que algunos se animaron a cuestionar y que otra vez fue clave para tapar un mano a mano clave apenas arracaba el partido. Ahora es momento de sacarse otra vez el sombrero ante ese fanático que se fue de Europa para cumplir el sueño de jugar en River y transpira la camiseta por más que le digan que está viejo. Ahora sentimos que hay pibes como Montiel que dejan hasta lo que no tienen por lograr el objetivo.

El derechazo de Montiel que pudo cambiar la historia. El VAR anuló el gol por un polémico offside previo... (Foto: Getty).

El derechazo de Montiel que pudo cambiar la historia. El VAR anuló el gol por un polémico offside previo... (Foto: Getty).

Y todo ese conjunto hace al orgullo del hincha de River a pesar de no haber podido conseguir el objetivo deseado. El reconocimiento de los rivales es todo un síntoma también para sentir que no hay nada por reprochar. Hoy River es un equipo que provoca respeto, admiración y hasta temor en los que deben enfrentarlo y no porque haya ganado uno, dos, cinco o diez títulos sino por lo que hace en la cancha en cada partido. El propio Gallardo tiene claro lo que significa eso desde hace años y así lo reflejaba en un tuit que escribió en 2013.

Un gol en los últimos 11 partidos de local había recibido Palmeiras. River le hizo dos y mereció mínimo un par más. Eso es este River. Desafía los imposibles. Invita a creer. Las derrotas duele, claro. ¿Cómo no van a doler? Pero para sentir eso hace falta llegar hasta ahí también. ¿Qué sentido tendría mirar desde afuera sin poder ilusionarse con ser protoganista? River, de la mano de Gallardo, lo intenta todos los días. A veces no se da. Es imposible ganar siempre. Pero es lindo estar siempre en la pelea. Infla el pecho. Enorgullece. Y permite mirar a los ojos mientras se camina con la frente alta.