Las comparaciones suelen ser odiosas, pero cierta clase de reconocimientos a veces deben pagar el precio de caer en alguna mala tentación. “¿Qué nos queda vivir después de esto? ¿De dónde nos vamos a agarrar para generarnos nuevas ilusiones, si acabamos de tocar el cielo con las manos?” Nos preguntábamos ingenuamente el 10 de diciembre pasado. Creyendo que ya no había más nada por vivir. Que ningún otro River nos iba a emocionar a esos niveles.
Qué locura que estos tipos no se hayan relajado ni un 1%. Que hayan redoblado la apuesta. Que hayan brillado en situaciones donde el común de los seres humanos se hubieran distendido. Que se los vea con el semblante doblemente desafiante que el que tenían antes de Madrid. Y que encima jueguen al fútbol con la autoridad y la belleza con la que lo hacen. Por eso este River significa para mí la suma de las mejores virtudes de todos los River de Gallardo, elevadas a la máxima potencia, y es el mejor equipo de su era.
Porque el vértigo de la presión que ejerce no le nubla la cabeza cuando agarra la pelota. Porque el de al lado potencia al de atrás y al de adelante. Porque logró demostrar de manera literal la brecha que hoy existe con el clásico, minimizándolo a un punto de chiquitaje que sobrepasa todo, hasta ver a su director técnico hablar de videos editados de supuestas simulaciones. Porque cada año caemos en la trampa de no creer que pueda existir una unión más grande entre ellos y nosotros, y siempre se genera un nuevo “no sé qué” que rompe todos los moldes. Porque se dio el lujo de practicar un fútbol demencial teniendo al mejor jugador del plantel lesionado. Porque bajamos las escaleras para salir del Monumental con una locura extrema, o nos juntamos en el playón para no parar de celebrar semejante sentido de pertenencia. Y quiero reconocer a este equipo hoy, 4 de octubre. Porque mi sensación será independiente a lo que pase el 22 en la Bombonera.
Ahora sí pareciera que no hay más nada, que ya no se podrá llegar más alto a visitar otro rascacielos de ilusiones encontradas de semejante tamaño. Pero deseo quesea nuevamente un “hasta pronto” con todo aquello, y que finalmentehaya a la vuelta de la esquina un nuevo equipo en el futuro que merezca caer en las benditas y malditas trampas de las comparaciones. Es que hoy estamos así. Felices y orgullosos. Como Enzo y el Muñe antes de darse un abrazo como el que te das con el de al lado después que termina cualquier partido de este River que nos enamora hasta el infinito y nos vuela la cabeza.