River venció 2-0 a Boca y le dio un enorme golpe en lo anímico a su eterno rival. Pity Martínez, de gran actuación hasta que salió lesionado, y Scocco marcaron los goles para llevarse los tres puntos en el Superclásico y escalar en la tabla de posiciones.

Los jugadores saltan, cantan y festejan como millones de hinchas lo hacen en sus casas, en un bar o cualquier otro lugar. El triunfo está consumado. River superó a Boca con la dosis necesaria de contundencia en el área rival, solidez en la propia, esfuerzo e inteligencia para aprovechar la desesperación de un adversario que le teme al Superclásico, que siente presión, que a esta altura nada quiere saber de duelos porque resulta muy herido. Además de varios trofeos, eso logró Marcelo Gallardo: mientras en Núñez se vive con tranquilidad la antesala al choque más importante, en la otra vereda implica un problema, una situación incómoda.

Dos postales sirven para resumir los méritos de River más allá de ambos goles: una corrida de Exequiel Palacios, el mejor de la cancha, para perseguir una salida local demostrando que el sacrificio debe ser de todos, y otra del propio volante con un excelente giro dejando en ridículo a un adversario al mismo tiempo que exponía la serenidad de un equipo y el nerviosismo del otro. El juvenil se consagró en este partido porque aportó juego, lucidez y marca.

A nivel estratégico, el Muñeco acertó nuevamente. Sorprendió con un esquema inesperado: 4-2-3-1 frente al 4-3-3 habitual de Guillermo Barros Schelotto. Enzo Pérez y Leonardo Ponzio compartieron en la contención, mientras que las bandas fueron ocupadas por Lucas Pratto y Gonzalo Martínez, ubicando a Palacios detrás de Rafael Borré. La fluidez caracterizó al circuito de juego inicial, aunque el gol llegó por un pésimo rechazo local y un zurdazo del Pity muy parecido al del triunfo pasado. El número 10 la estaba rompiendo hasta que una dolencia lo dejó al margen cuando apenas iban 22 minutos del primer tiempo. ¡Imagínense lo que hubiera sido si seguía en cancha con los espacios que había de contragolpe!

Lo cierto es que River se sobrepuso a la salida temprana del Pity. Pratto pasó a ocupar ese sitio, en tanto que Juan Fernando Quintero se movió por el lado derecho. El colombiano brindó su precisión de siempre, aunque El Más Grande perdió ese cambio de ritmo que tenía Martínez. Aun así, el compromiso de todos para atacar y defender fue un sello del equipo, cuya jerarquía marcó la diferencia en distintos pasajes del Superclásico, sobre todo en la definición: cinco tiros bastaron para hacer dos goles.

El segundo tanto fue espectacular: Quintero inició el avance, profundizó con Borré y el ingresado Ignacio Scocco sacó un derechazo increíble. Ese golpe sirvió para darle el nocaut al dueño de casa. Pese a que River no volvió a patear durante el tiempo restante, controló a Boca. Tuvo inteligencia para administrar los espacios, para defenderse y para hacer que el desconcierto rival fuera un aliado. Si bien es verdad que faltó que las decisiones fueran más acertadas para cada réplica, nunca corrió riesgo el triunfo. Ni siquiera cuando Franco Armani brilló al desviar un cabezazo de Emmanuel Mas en los segundos finales.

River no tiene un plantel tan numeroso en figuras como el de Boca. Tampoco posee su caudal llamativo de dinero para traer refuerzos de elite en cada mercado de pases. Sin embargo, independientemente de los nombres, a la cancha apenas entran once dispuestos a dejarlo todo con solidaridad, sin divismos. Ahí la brecha entre un plantel y otro se disminuye. Ese mensaje inculcó Gallardo. Formó un grupo de buena gente, pero con carácter fuerte y entereza anímica, listo para dejar hasta la última gota de sudor. “Hay que correr y jugar”, manifestó el DT, hace dos días. Así es su River, es un conjunto muy fuerte en todos los aspectos, que lleva 29 partidos oficiales invicto (18 éxitos y 11 empates) y se fue del territorio ajeno con una alegría enorme, fiel al estilo de El Más Grande, el que pisó fuerte en La Boca.

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