Homenaje a los grandes uruguayos que pasaron por River, como Antonio Alzamendi, Juan Ramón Carrasco, Polilla Da Silva, Walter Gómez, Nelson Gutiérrez y Roberto Matosas, entre otros.
No tengo fuerza divina, hago de mi honestidad mi fuerza divina.
No tengo secretos, hago de mi carácter mis secretos mágicos.
No tengo armadura, hago de la benevolencia y la rectitud mi armadura (Anónimo Samurai- Siglo XVI).
Botija del Plata, “inmenzo” río de aguas mansas.
Ya descansa la corona de espuma ,
que inflamó sus agallas charrúas
de ganador sin pausa y sin prisa,
ya descansa del halago redundante,
y del verbo desmedido evitado,
Elude un hartazgo de adjetivos circulares,
casilleros imposibles de llenar,
sin que la admiración sea promiscua
igual se nos llena el alma de sonrisas.
Emerge perenne la sabiduría tibetana,
viene de las olas y sus arabescos,
vienen del oriente musas a su mente,
nadie las acuna como El Uruguayo,
y las va ordenando para la batalla,
como una comparsa se van alineando.
He aquí, el botija que trajo en la sangre el gen principesco.
Siempre habrá preguntas, antes que certezas
el flaco más flaco, de figura larga, distinguida, esbelta,
no es nuestro ni es de ellos, es de dos orillas,
de donde se mezclan las corrientes zainas
y la arena oceánica. Las profundidades
y los cementerios de tantos corsarios
encierran enigmas, que están sepultados.
¿dónde hallar la cepa del gran futbolista tan santo y tan diablo?
Se hizo al día en Capurro, un templo Shaolín,
de charco y baldío, para el piberío
y primer potrero de su arte marcial.
Aprendiz del túnel antes que patear
Y al taquito echaba tiza de billar.
Entre los cascotes era bailarín,
innato murguero de esqueleto chato,
doblegó los pliegues del barro más duro
que sacaban púas cual si fueran clavos.
Y en puntas de pie, haciendo equilibrio,
igual gambeteaba,
le sacaba chispas hasta al adoquín.
Precoz pajarraco, enarboló vuelos
Imitando grullas cuando inflaba el pecho,
Remontaba el aire y pinchaba el cuero.
Chilena o tijera cual fieros zarpazos, lanzaba su raza,
Desenjaulado tigre,
Malayo panza verde,
y viril guerrero.
Kung Fu futbolero, llevaba un mandala
de Lee en el pecho.
Fue pequeño Buda, domesticó el cuero.
Inventor de estadios, quijote uruguayo,
Entre las callejas del paisito hermano,
El de Benedetti, Onetti, Galeano
Y los ideales de los Tupamaros.
Habita su estirpe,”El violín de Becho” y los 33 heroicos balseros.
Mamó del coraje del heroico Artigas, oyó cosas chuecas
del flaco Viglietti y del Sabalero junto a Zitarroza,
Sabe que fantasmas en noches aciagas,
Tendían sus trampas y sus emboscadas,
Mientras tanto en Wanderers y en el Centenario
Sus sueños de justo tenía custodia, cientos de duendes
ya lo idolatraban
Se hizo principito desde chiquilín,
La filosa espada hubo que adiestrar,
Para que sus piernas supieran herir
y solo matar, las deshilachadas redes del arco rival,
nunca una cargada, ni fanfarronear.
Enzo colosal, hombrecito elástico y resplandeciente,
Se brindaba entero al entrenamiento igual que al laburo
se entregan los pobres. Fue hijo de reyes, de libros y oficios,
bien supo de pibe que había que yugarla pa’ ganarse un cobre.
Enzo magistral, rara habilidad,
Nutrida de afectos, de sabia humildad.
Construyó murallas, de puertas abiertas
Y por eso tuvo destino de crack,
Porque en la escuelita de la aldea oriental,
Se enseñaba el orden de lo universal.
Francescoli guía, del tao rioplatense,
el trazó caminos para el jugador
y para los chicos que buscan espejos,
en donde encontrarse, en donde mirarse.
Su ejemplo viviente, dejó tres legados:
Primero, educarse para señor;
después la redonda
y tal vez, campeón.
¿Fuel el zen milenario que formó su mente?
Lo hizo ser silente, casi indiferente,
de bajo perfil y condescendiente.
¿O fue la simiente de garra Celeste,
de Máspoli, Obdulio. De Walter, Morena y
de hasta Alzamendi, que ganaron todo sin ser estridentes?
¿No fue Kurosawa que lo ideo maestro?
Samurai del área y de los arqueros,
líder sin quererlo, técnico sin serlo,
incómodo ídolo, leal adversario,
dueño insobornable de su mundo interno.
Dios de los silencios, la privacidad,
celoso arquitecto del quehacer grupal,
guardia y carcelero de su intimidad,
si en su despedida intentó ocultar ,
su alma quebrada por la popular.
Se extrañan sus ojos saltones y buenos,
reflejan transparencias, “tipos de palabra”,
como son los menos, como era su viejo,
profeta de anhelos, de empeños y sueños,
que mientras dormía lo veía a Enzo trepado al alambre
gritando su goles y nunca sentado entre contadores,
Tímido y austero, capo involuntario,
del coro armonioso de los millonarios. Vivirá en el aire,
seguirá tronando: ¡Uruguayo, Uruguayo!,
el grito de guerra, el de nuestro hinchada,
El Enzo del Plata, seguirá brillando.
de una a a otra orilla
Como tantos años.



