Ángel Amadeo Labruna además de haber sido uno de los mejores jugadores de la historia de nuestro país, fue también uno de los mayores exponentes de la pasión y el amor por River. Su devoción por el club estuvieron presentes hasta el día de su muerte y su legado permanece más vivo que nunca a casi cuarenta años de su partida y es que el Feo se encargó de demostrar su amor por el Millonario de manera permanente.

Como futbolista brilló entre 1939 y 1959, fue pieza fundamental de La Máquina, la mejor delantera del mundo en la década del 40 y también se destacó como entrenador. La primera vez que se sentó en el banco de suplentes para dirigir a River fue en 1963 y lo hizo de manera interina, luego volvió a hacerlo entre 1968 y 1970.

Pero en 1975 regresó para hacer historia, es que su equipo en ese mismo año rompió la racha de 18 años sin salir campeón. Permaneció en Núñez hasta 1981 y en ese tiempo dirigió a enormes jugadores que luego terminaron siendo ídolos. Uno de ellos fue Ubaldo Fillol, una gloria para todos los argentinos. El Pato disfrutó de Labruna como DT y contó una gran anécdota en su autobiografía que pinta a Angelito de cuerpo entero.

La anécdota contada por el Pato

“Soy el arquero que tiene el récord de penales atajados en el fútbol argentino y también tengo la marca de mayor cantidad de penales atajados en un sólo torneo. Lo cierto es que cuando River me compra de Racing, venía con la fama de ser un arquero ataja-penales. Un día el entrenador (Ángel Labruna en esa época) me llamó y de manera irónica me preguntó: ‘Venga, Fillol. Me contaron que usted ataja muchos penales. ¿Es así?’. Yo le dije que sí y preguntó nuevamente. ‘Usted sería tan amable de permitirme que le patee cinco penales?’. Yo me negué al princiío pero después accedí. ‘Bueno, hagamos algo. Si usted me ataja uno, le doy un premio. Es más Fillol, voy a ser generoso. Si usted me adivina a qué palo va tan sólo uno, haga de cuenta que me lo atajó. Me quedé mudo. Tanto su mirada como su forma de expresarse eran las de un hombre totalmente determinado, incluso, a pesar del tono irónico con el que me había desafiado. Fuimos al arco que mira al Río de la Plata, donde todavía no se había construido la actual platea Sívori alta. Labruna tenía unas zapatillas ‘Flecha’ de lona que venían con cordones. Yo estaba vestido como todo un jugador profesional antes de arrancar la práctica, con ropa deportiva, guantes y botines. Angelito pateó los cinco penales. No le atajé ni uno. Tampoco pude adivinar un sólo palo. ¡No podía creerlo! Pocas veces vi en mi vida a un futbolista pegarle al balón con semejante precisión. Los tiraba fuerte, apuntando a un palo y la pelota entrada milimétricamente a centímetros del palo, a la red lateral. Todavía recuerdo cómo se paraba: tres pasos a la derecha, se acomodaba, ensayaba una especie de rodeo y… ¡zas!. A buscarla adentro. Una pegada sublime”, contó Fillol en su libro El Pato: mi autobiografía.

“Labruna ya era mayor, se había retirado hace varios años, ¡y me estaba pateando a mí, un pibe en pleno esplendor con sus zapatillas ‘Flecha’! Primero me desafió y luego me ridiculizó. Ese día entendí por qué Labruna fue y será tan grande como marca historia de River. Y creanmé que en esta anécdota no hay ni un cachito de exageración“, concluyó uno de los mejores arqueros de la historia de River y también del fútbol argentino.