Son las cuatro cincuenta a eme en Quito. Tengo varias cosas que escribir mañana (hoy) antes de tomarme un avión a Buenos Aires. Me puse la primera alarma a las seis treinta y dos, la segunda a las seis cuarenta y cuatro. La tercera, seis cincuenta, la cuarta a las siete. Cuando me tengo que levantar temprano y sé que voy a dormir muy poco, me divido en dos personas. La que escribe en estos momentos y la que deberá despertarse. La segunda no es de fiar. Por eso Ariel le deja un campo minado de timbres de celular al otro, al del nuevo amanecer, porque desconfía de él, porque lo conoce, porque sabe que entre sueños va a apretar el botón de posponer automáticamente. Hay que ganarle por cansancio -irónicamente-.

River viene posponiendo alarmas desde que empezó el año y todavía lo hace. Que no hay que perder más puntos en el campeonato. Que queda la Copa. Que en la Copa somos diferentes, que nos motivamos más, que apelamos a la mística de lo que pasó hace poco. Que en las difíciles nunca te dejan a gamba. Que en la Bombonera tiene que aparecer el equipo. Que los cruces mata-mata de la Libertadores son nuestros favoritos y ahora sí, finalmente vamos a pasar el empedrado y volar hacia la gloria a través de un tubo.

Pero River sigue dormido. Y el riesgo es que ya haya desactivado la última alarma y no despierte a tiempo. Es triste ver cómo partido a partido la esperanza sólo pasa por lo discursivo. Imaginemos que un finlandés empieza a seguir la campaña de River desde este año, desconociendo el último pasado de oro, y antes de cada partido lee: bueno, ahora sí, es cuando River empieza a jugar. No lo creería. Porque lo que se ve en la cancha no varía nunca. El amigo de Finlandia creería que River es un equipo medio pelo, que pierde más de lo que gana, que no juega a nada, que genera tantas situaciones de gol como en su país nórdico hay sunny days, que la defensa ofrece menos garantías que un vendedor de éxtasis en la oscuridad, que el entrenador deja afuera a los dos mejores delanteros del equipo en una instancia clave, que por momentos parece equivocar el camino. La derrota en Quito fue muy dolorosa, casi inesperada, pero a los ojos de Jarko el finlandés habrá sido completamente lógica. Jarko se reiría de que sólo nos aferremos a un discurso bonito.

Tenemos una sola chance más para demostrarle que está equivocado, que este equipo sí mantiene en algún lado, escondido pero latente, cierto fuego sagrado, que no se lo puede dar por muerto jamás. Tal vez quede una sola alarma en la mañana de River. Esperemos que suene el miércoles. Y que nos despertemos de una vez. Y si no lo hacemos, si seguimos dormidos, al menos soñemos cosas lindas, soñemos con lo que pasó, que efectivamente ocurrió, yo lo viví. Yo estuve en Japón cuando retamos al mejor equipo de la historia de cualquier deporte, yo vi en cada esquina de ese mundo extraño a un tipo con un camperón del CARP alterando la paz nipona, yo estuve en el Mineirao, estuve en la cancha de Boca el día que los contrincantes tiraron la toalla, o el gas, y quisieron jugar un solo tiempo, estuve bajo la lluvia contra Tigres, estuve cuando Barovero atajó ese penal al minuto. Todo pasó, y lo juro, porque yo lo vi, in situ. Si no despertamos, soñemos con eso, sweet dreams. Y va a ser un bajón después despertarse y darse cuenta de que es tarde, de que nos jodimos, pero un rato después cuando recordemos lo que soñamos, vamos a sonreír. Y a dar las gracias por todo un ciclo brillante que parece ir apagándose.

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