Si hay algo que está presente en el mundo del fútbol es la discusión, la comparación, los puntos de vista distintos, la importancia personal que cada uno le pueda dar a determinado partido o título. De hecho en la mayoría de los países del mundo el fútbol es solo un deporte y no mucho más, que tiene seguidores, en el cual se vive pasión, pero en Argentina todo eso es potenciado y para muchos el fútbol es un estilo de vida. En nuestro país, pocas personas no son hinchas de algún club, pocos son los que no se interesan en ver o por lo menos saber qué está pasando con el club del que es hincha. Eso es un rasgo característico, no es para sentirse orgulloso ni mucho menos, es así. Y cuando la pasión es tan grande, el solo hecho de imaginar que los dos clubes con la mayor rivalidad del continente van a definir una Copa Libertadores mano a mano, hace que un país entero se paralice y eso sucedió desde el 31 de octubre de 2018 cuando Boca dejó en el camino a Palmeiras en las semifinales y pasó a la final en la que estaba esperando River.

 

 

El Más Grande había dejado en el camino a quien por entonces era el vigente campeón de la Libertadores, Gremio de Porto Alegre. Lo hizo de una manera muy particular: luego de caer la ida por 1 a 0 en Núñez y de comenzar perdiendo en Brasil por 1 a 0, el equipo del Muñeco –que no pudo estar en el banco por una sanción- lo dio vuelta, primer fue Rafael Santos Borré que igualó de cabeza y con el tiempo cumplido y luego de una intervención del VAR, el Pity Martínez pateó el penal más caliente de los últimos tiempos y le dio el pase a la final al Millonario.

Desde el 31 de octubre a la noche, el país se paralizó, nadie entendía nada, nadie podía imaginarse lo que realmente iba a pasar. Desde que se juega la Copa Libertadores (1960) jamás se había dado que los dos clubes más importantes de Argentina definan mano a mano la competición. Ya se había dado que dos clubes del mismo país disputen la final, pero un superclásico nunca había estado en la mente de nadie. Es que realmente de solo imaginarlo se pone la piel de gallina. El hincha pasa por todos los estados emocionales en pocos minutos, de pronto se despierte y piensa que va a ganar y cómo va a festejarlo y de qué manera va a cargar a sus amigos del club rival, pero en fracción de segundos ve cómo pierde la final más importante de la historia y empieza a pensar en cómo va a reponerse del golpe.

La Conmebol determinó, para poder vender los partidos al exterior, que los partidos finales se jugarían los sábados 10 y 24 de noviembre, la ida sería en la Bombonera y el partido que definiría todo en el Monumental, y ahí nuevamente la cabeza empezó a pensar: “¿Y si perdemos, ellos van a dar la vuelta en nuestra cara?”, pero a los pocos minutos el pensamiento cambiaba: “Qué bueno ver poder festejar en la cancha y ver cómo ellos reciben la medalla del segundo puesto ante nuestros ojos”. Para colmo la ida se suspendió por un diluvio monumental que la Bombonera no soportó y el encuentro de ida se jugó al día siguiente y terminó 2 a 2.

La revancha que se debía jugar en Núñez el 24 de noviembre quedó postergada también por los lamentables hechos de violencia a varias cuadras del Monumental y a los poco días nos enteramos que la Copa Libertadores se definiría en el Santiago Bernabéu el 9 de diciembre de 2018 y con público de ambos clubes. Pasamos de jugar en nuestra casa y con 80 mil hinchas de River a tener que viajar 12 mil kilómetros y tener que compartir el estadio con ellos. La decepción era muy grande pero el entusiasmo por lo que se jugaba tapaba todo y ahí es cuando de un momento para el otro miles de fanáticos de ambos clubes empezaron a bucear en Internet intentado sacar el pasaje y el hospedaje en tiempo récord. Madrid se convertiría en Buenos Aires por unos días.

La final comenzaría el domingo 9 de diciembre a partir de las 20.30 horas de Madrid, pero ya desde el martes 4, el miércoles 5 y el jueves 6 comenzó a verse un movimiento poco habitual en el Aeropuerto Internacional de Ezeiza. No era frecuente ver a tantos hinchas de River y Boca juntos en el mismos lugar y en grupitos y que la Policía no tenga que intervenir. Eso es lo que también tiene la mal llamada pasión, el salvajismo de no poder compartir un lugar con hinchas de otros clubes sin que haya agresiones, sin dudas que es algo que como hinchas cada uno debemos cuestionarnos. Pero así era, Ezeiza estaba colmado de fanáticos de River y Boca que por unos pocos días cruzarían el océano Atlántico con el sueño de conquistar América, toda una paradoja.

Como era de esperar e imaginar no todos los hinchas viajarían directo a Madrid, si bien es una ruta que se puede hacer sin problema, la demanda en los días anteriores había crecido tanto que hizo que los precios incrementen considerablemente, entonces muchos optaron por sacar vuelos con escalas y de esta manera el superclásico se viviría por horas de escala en varias ciudades al mismos tiempo, algo que solo un River-Boca puede lograr. Hoy en día sería impensado pero por aquellos días hubo hinchas fanáticos del Más Grande y del Xeneize que viajaron sentados al lado en el avión, que pasaron juntos las horas de escala en Nueva York, Amsterdam o Miami. También hubo vuelos que llegaron a otras ciudades de España, como por ejemplo Barcelona, y luego los hinchas se trasladaron en micros o trenes, toda una odisea para ver los 90 minutos más importantes de la historia.

La previa del partido

Pareciera que la violencia, que tantos momentos arruinó, se quedó en Buenos Aires porque el día del partido comenzó temprano en Madrid, la ciudad ofreció dos zonas exclusivas para los fanáticos de uno y otro en el Paseo de la Castellana, que estaba dividido por unos cuantos metros, pero la realidad es que los hinchas de ambos clubes se cruzaron a lo largo de todo el día en los subtes, caminando por la calle, en los restaurantes y en las inmediaciones del estadio y nada pasó. El ambiente en la previa era de una tensa excitación, los fanáticos se juntaban para cantar, tomar algo e intentar desviar la atención del partido en sí, en cuanto uno comenzaba a pensar en la final, de inmediato se sumaba a los cantos de la multitud y los nervios desaparecían –por un rato- y así transcurrió en Madrid el momento previo a la final más importante de la historia a nivel clubes.

El partido

El Bernabéu estaba lleno, solamente un River-Boca puede llenar ese estadio enorme con cinco bandejas y escaleras mecánicas, para muchos es el templo del fútbol. Los hinchas que viajaron de Buenos Aires fueron ubicados en las bandejas más de arriba, no sea cosa que estando tan cerca del campo de juego puedan arruinar la fiesta con la violencia, pero ese prejuicio hizo que las bandejas inferiores sean ocupadas por españoles y también varios hinchas de ambos clubes que pagaron precios más elevados y mayormente viven en Europa. La Conmebol se perdió de tener la verdadera fiesta cerca del campo de juego, porque si algo distinguió a las dos bandejas de arriba, donde estaban los hinchas que viajaron de Buenos Aires –en el caso de River, los que ya tenían las entradas para la final en Núñez, que debieron abonar 80 euros- es que no pararon de cantar en todo el partido.

El encuentro comenzó favorable al eterno rival, la tensión que se vivió en la cancha es difícil de poner en palabras, daba pánico perder. Pero en el entretiempo, la gente de River se encontraba cantando, había una sensación positiva que no coincidía ni con el resultado ni con el primer tiempo que había jugado el equipo. El segundo tiempo fue todo del Más Grande y el empate de Pratto dejó en claro que en la cancha solo había un equipo. El alargue fue un muestra clara del miedo que tenía Boca que solamente quería que pase el tiempo y cuando un equipo juega con tantos temores lo termina sufriendo. Juanfer metió el segundo que se gritó como nunca y el Pity coronó el sueño. Muchos de los hinchas en el Bernabéu ni siquiera vieron como la pelota entraba, algunos se abrazaban con sus amigos, otros lloraban desconsolados entre sus rodillas.

Otro detalle interesante es que luego del gol comenzaron los festejos, nadie se percató del pitido final. El Bernabéu se dividió en dos: el cielo y el inferno. Los de River estábamos en el paraíso, no había nada más, la felicidad más indescriptible de la vida, mientras que la otra mitad era un calvario, muchos dejaron las tribunas de inmediato, no querían ver al rival de toda la vida festejar. El momento más emotivo fue cuando bajó Marcelo Gallardo, ingresó a la cancha y junto a Leo Ponzio y Jonatan Maidana levantaron la Copa Libertadores más importante de toda la historia.

El post partido

Madrid se convirtió en Buenos Aires en serio, pero le faltaron cosas de la capital Argentina, al salir del Bernabéu sorprendió que prácticamente no haya comerciantes vendiendo las remeras de campeón –quienes sí estuvieron en la previa del partido en sus puestos-, tampoco había oferta gastronómica, es más lo más llamativo eran los camiones de policía que estaban en la zona para evitar incidentes, que afortunadamente no hubo. El día siguiente fue el de los contrastes: hinchas de River por todo Madrid, sonrisas en los rostros, saludos con desconocidos que también vestían el Manto Sagrado y después decenas de personas que no podían levantar la vista del piso, eran hinchas de Boca que todavía no podían digerir la derrota más importante de su vida.