River sigue sin encontrar el rumbo. No se vislumbra ninguna luz en el horizonte. No aparece guiño alguno en el camino. Por estos tiempos, reina el desorden, el caos y la incertidumbre en un club que se había acostumbrado a tener claro el norte, a contar con una identidad en todos los sentidos y a ser ese equipo contra el que nadie quería enfrentarse en el país y en el continente entero.

Hoy, River jugó ante el peor equipo del campeonato. Un equipo que, en seis fechas, no solamente no había ganado sino que tampoco había sumado puntos. Apenas había marcado dos goles. Sí, los mismos dos goles que le metió a River en dos minutos para darle vuelta el marcador en un abrir y cerrar de ojos y así terminar floreándose ante un reino de impotencia.

Poco le duraron la sonrisa y la ilusión a River. El 1-2 llegó cuando todavía faltaba recorrer mucho terreno por delante, pero ya se sabía que la historia iba a ser cuesta arriba una vez más. Porque no hay reacción, porque no hay rebeldía, porque no hay carácter, porque no hay personalidad y porque no existe el material suficiente.

River cayó ante Godoy Cruz y la gente explotó en Mendoza.

Más allá de los errores constantes que se desprenden de las cabezas del cuerpo técnico, que continúan tratando de imponer una idea que se cansó de fracasar en los últimos tiempos, una gran porción del problema tiene que ver con una cuestión integral. Y tiene que ver con la confección de un plantel completamente desequilibrado y descompensado.

Es necesaria una autocrítica dirigencial

En esta era, River ha vendido jugadores de forma esplendorosa, recaudando enormes cantidades de dinero. Sin embargo, no ha incorporado la jerarquía necesaria para un club con la grandeza y las ambiciones del Millonario. Se ha movido tarde en cada mercado de pases y ha dejado huérfanos sectores del campo de juego y roles vitales.

Por ejemplo, River cuenta con un importante número de jugadores que se desempeñan en el mismo lugar de la cancha y que cumplen la misma función y no tiene ningún volante mixto. Ninguno. No hay absolutamente nadie que pueda acercarse a lo que hacía Nicolás De La Cruz: aportar despliegue pero también conectar líneas y sumar una cuota goleadora pisando el área por sorpresa.

Por ello es que, más allá de un cambio de cuerpo técnico que es absolutamente necesario, River debe profundizar la autocrítica y abordar un abanico más amplio de dificultades que están atentando contra la consolidación y el desarrollo de un equipo y de un plantel de forma lapidaria. Porque, si no se hace, el sueño de volver a ganar la Copa Libertadores es cada vez más utópico.