Ocho días. Ésa fue la medida de tiempo, eterna, durante la cual no tuve luz en el baño. El baño de mi casa tenía dos lamparitas: la primera se había quemado el año pasado, la segunda resistió con aguante hasta principios de este mes. Durante ocho días fui a mear con el celular de linterna: tampoco tenía velas. A veces, cuando me despertaba medio dormido en la mitad de la noche, medía mi éxito a oscuras en la intuición y en el sonido, como si fuera un discípulo del señor Miyagi: el ruidito del impacto del agua contra el agua se oía como victoria, era una garantía. Pero sabía que no se podía seguir así. Ocho días después, junté coraje y cambié las lamparitas del baño, unas de esas lamparitas miniatura modernas que no se encuentran en cualquier ferretería. Es algo que me suele ocurrir, la negligencia, pero en general me sucede cuando la desidia sólo me afecta a mí y a nadie más. Me ocurre con proyectos personales, con mi heladera, con las lamparitas quemadas: pateo todo para adelante. Pero cuando mis acciones repercuten directamente en otras personas, soy un relojito, un violín. Ni siquiera tenía ganas de armar esta columna, pero ya me había comprometido a hacerla y además me están pagando millones.

Initialize ads

$bp(“Brid_66007679”, {“id”:”6149″,”width”:”100%”,”height”:”400″,”video”:”41789″});

A veces pienso que en River no se estarían dando cuenta de que hay decisiones que se toman y hay, sobre todo, decisiones que no se toman, que afectan a millones de personas. Que esta negligencia la pagamos todos, que no es graciosa, sobre todo porque conocemos cuál fue el alcance de la dejadez en el club, porque sabemos dónde no nos queremos ver nunca más. Dicho con mayor claridad: si esta dirigencia no frena el sangrado o el exilio definitivo de lo poco que quedaba de un campeón que se desarmó con la velocidad con la que los Rolling Stones desarman un escenario después de tocar en un punto medio de una gira mundial, si no se hace algo al respecto, y si no traen jugadores que cambien la ecuación, y si no se traen a tiempo, el fracaso está garantizado. La defensa: que se trabaja con hermetismo. Bueno, River quedó afuera de la Copa Libertadores el 4 de mayo pasado: desde ese día, no sólo no hay ningún refuerzo sino que lo más probable es que se sigan yendo jugadores clave por migajas o por absolutamente nada, como ya ha ocurrido en tantos casos. Más de un mes pasó desde que River sabía que debía armar un plantel nuevo: si desde ese momento se trabaja en secreto con aquel fin, evidentemente no está dando mucho resultado la receta. Y es peor: para el hincha es desesperante la oscuridad, no ver absolutamente nada, ni siquiera ilusionarse con nombres que después ni siquiera llegan. A mí desde chiquito que me encanta la época del mercado de pases: la viví siempre con mucha intensidad, me excitaba imaginarme nuevos jugadores en River, me excitaba imaginármelos con la camiseta puesta, cómo les quedaría. Recuerdo cómo disfruté, por ejemplo, cuando Ramón trajo al Negro Gómez, ese pulpo de rulitos que la rompía en Vélez, cómo estuve al borde de llorar cuando se cayó el pase del Chupa López incluso después de que fuera a entrenarse con el buzo del CARP.

Hoy no hay gestiones por ningún jugador que ilusione al hincha, nada, cero. Pareciera subestimarse una situación que es alarmante, con un año post Copa Libertadores que ni siquiera fue malo: fue indigno. Pareciera que sólo se le apuesta a la creatividad de Gallardo, como ocurrió en su primer semestre, un semestre que pintaba para transición pero que salvó él y nadie más que él. Ése no puede ser el plan. Hay que hacer cirugía mayor. En menos de una semana arranca la pretemporada y la luz del baño sigue quemada.

undefined

+ DÍA Y HORARIO DE LA RADIO: Conocé más de La Página Millonaria Radio

+ ¿CICLO CUMPLIDO PARA MORA? Enterate lo que opina la gente al respecto

+ RIVAROLA: “Si Lollo llega a River, va a ser un jugador muy importante”

+ ENTREVISTA CON EL BETO: Alonso reveló en qué partido le temblaron las piernas