¿Por qué Fernando Ezequiel Cavenaghi es River en su máxima expresión? ¿Por qué llegamos a adorarlo tanto? ¿Por qué cuando ayer anunció su retiro del fútbol a todos se nos cayó el cielo encima? ¿Por qué siempre el tipo representó ese jugador/hincha que todos alguna vez soñamos ser? ¿Por qué no podemos dejar de amar su sonrisa y su forma de vivir? Unas horas después que levantó la Libertadores y terminó su carrera en River le escribí una carta, en la cual intento responder muchos de aquellos interrogantes, y que resume hasta la última gota de lo que siento por él.
Porque siempre me hiciste sentir protegido, seguro y confiado, sabiendo que nada malo podía pasarnos con vos dentro o fuera de la cancha. Toda tu vida llevaste puesto un perfume triunfal. Conservás en la sangre el mismo instinto goleador que ganador, y esa siempre fue una combinación letal para los que tuvieron que enfrentarte. Para ganarle a River, también había que vencer a todo lo que significaba tu presencia, y por eso a la larga todos se dieron por vencidos.
Porque fuiste el delantero de los mil recursos. Un taco, una caricia junto a un palo, un rebote que dentro del área siempre se imantaba a tu presencia, un tiro libre, una cabeza, una avivada, un anticipo, un penal. En cada una de tus etapas fuiste nuestra arma letal de gol, pero creciste y maduraste tanto que además te convertiste en ese enorme capitán y líder positivo del mejor plantel y grupo humano que haya pasado por nuestro club.
Porque varios se cansaron de denigrarte, de poner en duda tus condiciones, o de acusarte de incapaz. Y vos, en lugar de agarrar un micrófono y confrontarlos, los trataste con altura e indiferencia, y te mirabas y te tocabas esa panza llena de goles con una sonrisa, mientras festejabas y nos volvías locos de amor cada vez que inflabas las redes. Qué mejor manera de dejarlos callados, arrepentidos y avergonzados para toda la vida.
Porque demostraste que para llegar a ser un ídolo no hacía falta jugar como Ortega o Labruna. No se olvida que en vez de quedarte de brazos cruzados llorando aquella enorme desgracia te subiste a un auto en Brasil y manejaste hasta Udaondo y Alcorta. Y sé que si estabas en China ibas a venirte nadando. Tampoco dejo de recordar que, después que te echaron y maltrataron sin razón ni sentido, siempre esperaste sin rencores el momento para estar de vuelta sonriendo en el césped de nuestra casa. Y menos voy a ignorar que cuando un dedo puso en peligro tu salud y tu carrera priorizaste el equipo, y te infiltraste dos meses seguidos para volver a ganar un campeonato, que además te clasificó a una Libertadores que también conseguiste.
Porque en esos tres ejemplos se resume todo, y a la vez nada. Es que lo tuyo fue una prueba de amor superada tras otra, a toda hora y cada día. Y cuando se trata de amor no se piensa, ni se negocia, ni se razona, ni se explica. Solamente se vive, se demuestra y se siente. Y es todo ese conjunto de factores lo que te convirtió merecidamente en el último gran emblema inmortal de River.
Por todo esto, lo único que me queda por decirte es que el vacío de tu ausencia no se puede reemplazar con nada, y que desde el segundo posterior que dijiste que te ibas se me llenó de lágrimas el corazón. Y por eso cuando vayamos a despedirte al Monumental volverás a recordar para siempre que lo que hiciste por River alcanza y sobra para tener hasta la eternidad tu imagen tatuada en nuestras almas.
Gracias por todo, Cavegol.
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+ CAVENAGHI: “La despedida va a ser una fiesta muy riverplatense”.
+ ETERNAMENTE GRACIAS: El retiro del Torito.
+ LA CARTA: Así se despidió el goleador.
+ EMOTIVO: Los mejores momentos de su paso por River.
+ HISTÓRICO: Una carrera llena de alegrías.