Desahogo puro, ni más ni menos que eso. Así vivió Marcelo Gallardo lo que fue el gran cabezazo de Agustín Palavecino en la Bombonera para empatar un Superclásico que venía muy torcido en el trámite, y que parecía que se le iba a escapar a River. El Muñeco lo gritó con ganas, y al instante se puso a acomodar las fichas del equipo.
Fueron los dos brazos en alto del técnico de River, con los dedos índices apuntando al cielo mientras se llenó de grito de gol por los aires. Al instante cerró los puños, en un gesto característico suyo, e inmediatamente se dio media vuelta para avisarle al cuarto árbitro que pare las modificaciones que estaban por ingresar.
El Muñeco tenía en mente realizar tres cambios cuando el partido se frene, pero el gol paralizó las decisiones y el DT alertó para que ninguno de ellos se termine realizando. Allí también fue a hablar con Vigo, Álvarez y Zuculini, que eran los que estaban por ingresar, mientras Matías Biscay también alertaba a un costado. En definitiva, un gran grito de desahogo, pero sin dejar de pensar en la táctica y la estrategia. Un Gallardo genuino al máximo.