La salida de Alario causa un auténtico revuelo en el Mundo River. Los hinchas experimentan diversas sensaciones como consecuencia de una irremediable ruptura de contrato a través de formas nada prolijas del goleador y Bayer Leverkusen, que pagará la cláusula de rescisión.

Cuesta ubicarse en una vereda o la otra. Es el “mamá o papá” más incómodo de los últimos años en River. Lucas Alario se va. Ya es inevitable. Más allá de los reclamos que la dirigencia pueda realizarle a Bayer Leverkusen e incluso a la FIFA, el delantero se llevará sus goles a la Bundesliga. Nos hubiera gustado decirle gracias, despedirlo con una ovación en el Monumental, desearle éxitos y esperar un regreso en el mediano plazo. Pero no, el Pipa se portó mal, por más que duela decirlo. Cometió un grave error en el manejo de la situación hasta generar un enorme grado de irritación.

Alario tiene todo el derecho del mundo a pretender una mejora económica que River nunca iba a alcanzar, principalmente porque debe mantener un equilibrio en sus finanzas y al mismo tiempo evitar que un contrato top sea motivo de elevar la vara general del plantel a límites insospechados. También tiene derecho a ejecutar la cláusula de rescisión, para eso está. Guste o no, la dirigencia hizo lo propio, aunque con una compensación incluida, para traer a Javier Pinola y Marcelo Larrondo. A lo que el Pipa -imposible decirle Lucas en este momento- no tiene derecho moral es a fallarle a Marcelo Gallardo, los hinchas y la CD.

Todos se portaron muy bien con Alario. El Muñeco lo respaldó, lo aconsejó cuando el atacante era más noticia por temas de chimentos que goles y, por sobre todo, dio el OK cuando el goleador no era tal y rebotó en la revisión médica de River. Su pase se podría haber caído, aunque el DT dio el visto bueno y el resto de la historia ya se sabe. Paradójicamente, Alario no les avisó a él ni a la dirigencia, que siempre se mostró abierta a mejorarle el contrato y hasta premiarlo en la medida posible, acerca de la revisión que le realizó Bayer Leverkusen, a tan sólo 20 cuadras del estadio Monumental. Y los hinchas, quienes lo incluyeron en la lista habitual de ovaciones, tampoco merecían un adiós por la puerta de servicio. Una pena.

Lo cierto es que Alario equivocó las formas. En lugar de una partida dolorosa, pese a que las despedidas siempre son tristes, eligió el camino del escape. No enfrentó la realidad de la mejor manera. Tampoco existe un manual que ofrezca dos o tres alternativas, pero está claro que dar vueltas en vez de afrontar la situación, presionar públicamente y luego eludir las preguntas no es justamente para destacar. El momento de irse de ninguna forma es el mejor, aunque la oferta se presentó hace pocos días y eso lo exime de cualquier tipo de culpa a la hora de poner en la balanza su decisión de irse.

Hay sensaciones encontradas. Es difícil tener enojo. Es difícil mostrar gratitud en este momento. Ninguna de las dos posturas llena el vacío que dejará Alario. Los dos años suyos fueron inolvidables. Llegó como una incorporación sin la carátula de refuerzo y se va como un goleador indiscutido. ¿Hay que hacer lo imposible para retenerlo? Ya no tiene sentido, es inútil agotar instancias por un jugador que se quiere ir y cruzó un límite: la revisión médica sin permiso de River. Dentro de la cancha dio todo, incluso contra Temperley, amén de los goles que le negó el arquero local. Y así como no se le puede reprochar nada por lo que brindó, tampoco sale decirle gracias bajo estas circunstancias. El tiempo sepultará el malestar y le dará paso inexorablemente a los gratos recuerdos. Lamentablemente ahora permanece la frustración y el dolor. Estamos entre la bronca y el agradecimiento, sin saber hacia dónde ir…

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