Siento que estoy en el 2015. O en el 2016. O en el 2017. Esta película ya la vi un millón de veces. Esas semanas de River donde los miércoles o jueves el equipo nos llena de orgullo y de fútbol total, y donde los sábados o domingos se nos pincha de repente el globo del entusiasmo.
Si vamos al ejemplo concreto del partido ante San Lorenzo, es verdad que se notó el cansancio y el desgaste que provocó la batalla del miércoles pasado. También es cierto que otras veces hubo arqueros rivales héroes o falta de fortuna. Pero cuando existe un cúmulo tan extenso y diverso de situaciones externas es porque también queda claro que algo nos pasa mentalmente. Que el problema más grande pasa por la cabeza y la motivación.
Nos pasa con todos los titulares o cuando hay rotación. Hasta se nota en los suplentes que ingresan al partido. El miércoles los tres que entraron se metieron al instante en el ritmo, y fueron muy productivos para el equipo. Ayer ingresaron todos apagados, sin ese contagio que se necesita para resolver la historia de la mejor manera. Y la desconcentración general que hubo en el gol de Blandi no apareció ni cerca de manera similar en algún pasaje de los 180 minutos de la serie de octavos.
A ver, reflexionen conmigo. ¿Cuántos partidos recuerdan de River por torneos locales desde el 2015 donde el equipo haya jugado con la concentración y la actitud que mostró ante Racing, o en la final de Mendoza? ¿No los llegamos a contar con los dedos de una mano, no? Se me viene a la mente aquel fantástico 3-1 en la Bombonera, una gran victoria en Tucumán que fue clave, y algunas goleadas abultadas ante equipos que eran muy inferiores. Pero no mucho más que eso.
¿Hasta cuándo estaremos metidos en este círculo vicioso de altibajos? A esta altura la bronca y la impotencia están a la misma altura de toda la felicidad que hemos vivido en la copa Libertadores. Lo peor en este caso particular de arrancar con 4 puntos de 12, más allá del poco entusiasmo que nos genera remar otra vez desde tan atrás, es que tranquilamente se pudieron haber ganado los cuatro partidos por cómo se dieron los trámites. Eso es lo que más duele. Lo bueno es que la historia recién empieza, y todavía nos queda una chance de levantar la cabeza a tiempo. Esperemos que el despertador suene de una vez por todas.
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