Todo se resume en un abrir y cerrar de ojos. Cuando Andrade y D´Alessandro la ponen debajo de la suela. Cuando Alario pivotea y juega. Cuando el Pity se despierta del letargo y resuelve bien un mano a mano que termina en centro de gol. Cuando Nacho se ilumina y enlaza todas las líneas del equipo. Ahí suenan melodías de violines y puedo cerrar los ojos de placer, y me llegan paisajes de tranquilidad y armonía.

Pero el tema es cuando la agarra el rival. Ahí los abro como el dos de oro en la baraja española, en una mirada llena de pavor donde me corre una electricidad indomable en todo el cuerpo. En ese momento siento el mismo miedo que tuvo Gigliotti mientras lo apuntaba el láser verde y no sabía donde iba a patear el penal más importante de su vida.

San Martín, Defensa, Patronato, Rafaela. Toda clase de equipos nos han complicado y generado peligro de manera firme y elocuente. Maidana apaga 50 incendios por minuto. Mina se revuelca por todos lados y tiene que resolver siempre al límite. Moreira y Casco atacan fenómeno pero cada vez los desbordan más fácil, porque además no tienen respaldo de los volantes por delante de ellos. Y Batalla tiene el gran mérito de responder muy bien cuando lo llaman, pese a algunos errores propios de su juventud.

Si pasan todas estas cosas juntas tan seguido es porque algo hay que corregir. Un cambio de tuerca debe haber, sobre todo en el mediocampo. Quizás esos buenos minutos de Rossi lo hagan ganarse un lugarcito de a poco, y tal vez habrá que sacrificar algún partido a uno de los creativos. Por ahí pasan los grandes desafíos que tendrá Gallardo en estos días, que por supuesto entiende más de fútbol que todos nosotros. La alarma está encendida y titila el color rojo, y ojalá el Muñeco logre desconectar los cables correctos antes que se detone la bomba.

Fuera de eso, es justo poner el análisis dentro de un contexto, porque nadie puede decir que River es un desastre ni mucho menos. El equipo ha mostrado pasajes de muy buen fútbol, posee desde las variantes del juego una caja de herramientas mucho más contundente que el de la temporada pasada, y hasta gana partidos que antes se nos escapaban de manera insólita.

Pero creo que no va a alcanzar con esto para levantar la Copa Argentina y para seguir peleando arriba el torneo en diciembre. Ni por asomo. Más que nada porque entre el segundo tiempo en Paraná y los 90 minutos contra Rafaela se vio una involución grande en todo sentido. Hubo desconcentraciones groseras, y muy pocas luces para resolver situaciones individuales y colectivas. Y lo más preocupante fue que no aparecieron casi nunca los matices de fluidez y conexión adentro de la cancha. Una acumulación de falencias que no pueden volver a suceder en lo que viene.

Por eso en el balance completo de miradas hoy sinceramente a este River lo observo de reojo. Un equipo que por momentos te contagia de esperanza, pero que a los cinco minutos te deja rasgos de desconfianza. Somos un sube y baja de simpatías y antipatías, en un juego de dos caras que nos lleva hacia un futuro indescifrable. Es tiempo de reaccionar y de reacomodar algunas ideas, porque el jueves hay otra prueba de fuego supremo y ya no sobra más margen de error.

Quedan como máximo 10 partidos en el semestre, llenos de dificultad y carga pesada para los hombros. Tenemos las armas y el DT indicado para volver a conseguir los objetivos, pero hoy estamos lejos de ser un equipo confiable. Y ésa es una materia que no podemos tener pendiente a esta altura de las circunstancias.

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