River eliminó a Boca y es finalista de la Copa Libertadores otra vez. Le ganó un mano a mano por quinta ocasión al hilo. Pero en esta oportunidad fue sufriendo al punto de perder 1-0 sin respuestas futbolísticas. Sin embargo, el 2-0 en el estadio Monumental terminó siendo decisivo para obtener la clasificación.
¿Cómo se explica lo de esta noche? El equipo estuvo lejos de su versión promedio. No exhibió ninguna de sus características habituales en este tipo de partidos. Sufrió de verdad. Jamás pudo hacer pie. El medio campo vio pasar la pelota por arriba y por abajo. Careció de juego, lucidez e inteligencia. Tampoco brindó fortaleza en la marca ni en capacidad para ganar las pelotas divididas ni los rebotes.
Normalmente una actuación así se paga demasiado cara. Boca fue superior y justificó el triunfo, aunque no le alcanzó porque chocó contra la figura de River, Franco Armani. El arquero resultó determinante otra vez. No sólo evitó un gol en contra de Enzo Pérez, sino que también se hizo fuerte en los centros, dio firmeza en diversos remates y otorgó aire a través de los saques de arco al borde de la amarilla por demora.
La muralla de Armani y, en menor medida, el trabajo defensivo con algunos cruces a tiempo impidieron que la serie terminara en una infartante definición por penales. Es que los volantes flaquearon en casi todos los rubros, excepto en el orden, mientras que los delanteros nunca pudieron causar riesgo extremo.
Desconocido, impreciso y sin la inteligencia de costumbre, River la pasó mal. La pelota le volvió como un boomerang. Y aun así logró el objetivo de clasificarse a la final de la Copa Libertadores porque el contundente 2-0 en casa le permitió llegar con margen de error a La Boca. Allí se dio el gusto de darle un golpe de nocaut al rival de toda su vida. Esta alegría no se detiene. Disfrutemos. Somos privilegiados de una etapa bañada en gloria. Y falta la final.