Argentina padeció de un mal que ya parece una marca registrada de la identidad nacional: la maldita soberbia. Se perdió ante un Brasil de grandes jugadores, pero que basó su triunfo en la humildad de su equipo. Sabiendo de las urgencias argentas, realizó un planteo táctico inteligente. Fue estructuralmente sólido. Impasable en defensa, con dos brillantes centrales como Lucio y Luizao. Batallador en el medio. Y contundente con las pelotas paradas. Paradójicamente sus estrellas más rutilantes, Kakà y Robinho, fueron dos soldados más del aguerrido scratch. A ninguno se le cayeron los anillos cuando les tocó ser actores de reparto de un conjunto donde sobra solidaridad e ideas claras. Ese el trabajo que viene priorizando Dunga, que no come vidrios y sabe que solo con individualidades ya no alcanza.
Contrariamente, Argentina, desde su conducción, Grondona-Maradona, como antes lo fue con Basile, viene dando muestras de una desorientación alarmante. A tres partidos de la definición de las eliminatorias todavía no armó ni una zaga central titular. Apenas hay dos jugadores que se sabe que son intocables: Mascherano-Messi. El resto es una suma inagotable de improvisaciones que la rompen en las prácticas y defeccionan en los partidos claves. Claro está, mucho ayuda la Corte de periodistas adictos al triunfalismo barato, sin importarle que de la euforia previa a la depresión hay un paso breve. Y eso es lo que habrá que atender por estar horas, porque el golpe fue durísimo y hay que levantarse y jugar el miércoles con la concentración que ayer por Arroyito no apareció.
Es una lección para el futuro: darse cuenta que la presión del público no entra al campo de juego. Que el control de los factores exógenos no son suficientes si no hay ayudín del árbitro, si no se hecha mano a algún bidón sospechoso, si los alcanza pelotas hacen tiempo en caso de ir ganando, o si no se convence a algún rival a que vaya para atrás. Si se apuesta a esto, mejor aplicar aquello que decía Alberto Olmedo: “Para hacerla, vamos a hacerla bien…”. Los feligreses de la religión maradoniana seguirán besando sus estampitas, el relator oficial de los noventa, hoy reinventado nacional y popular, seguirá insistiendo: “A estos grones les ganamos fácil J.R”. Y Diego besando la cruz que le cuelga en el pecho, pidiéndole a la virgen María que tire buena onda.
¿La planificación? Bien gracias. ¿La estrategia? Que el ancho de espadas nos salve. Y a Messi le dan baraja y le viene el macho con dos cuatro. Ya no hay tiempo para cantar la falta sin tanto, o echar un truco mentiroso. Solo falta escuchar a Diego como a Pipo, que a él también le sobran pelotas para quedarse. Nadie lo duda, pero la clasificación pende de un hilo y por ahora solo se ve el milagro salvador porque todos jugaron para Argentina (Ecuador y Uruguay).
Nos gustaría que Diego recapacite y vuelva a la casa de la Selección, que es la cancha de River. Porque de seguir instalados en la soberbia, en el próximo partido de Argentina se pedirá la cancha de Excursionistas para que el azar no nos vuelva a traicionar. Y porque no va a ir ni el loro, si de más decepciones se trata.
Foto: Fotobaires.



