Hoy, 27 de noviembre, se cumplen dos años de la inolvidable noche en la que River venció 1-0 a Boca y se clasificó a la final de la Copa Sudamericana. Barovero y Pisculichi, héroes de un triunfo histórico.

Quince segundos. Poco tiempo para que suceda algo relevante, pero suficiente para que Germán Delfino sancionara penal por falta de Ariel Rojas. Infracción, sin lugar a dudas, aunque con esa sensación íntima en cada hincha de River acerca de qué hubiera hecho el mismo árbitro si la acción calcada ocurría a la inversa en territorio rival. Un gol de Boca obligaba a que El Más Grande tuviera que marcar dos y remontara un Superclásico oficial, algo que no logra desde 1987…

Semejante situación límite cayó como un tsunami en el entusiasmo de la gente, que como siempre dio una bienvenida espectacular, a la altura de las circunstancias. Emmanuel Gigliotti no era el responsable de ejecutar en primera instancia, pero Daniel Díaz se alejó del momento mientras River reclamaba en vano y sumaba amarillas en tiempo récord. Marcelo Barovero evitó el nerviosismo.

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Trapito jamás fue un especialista en la materia. Esa noche se iluminó. Cuando Gigliotti asumió el protagonismo empezó a sentir inquietud. Desde la tensión interna hasta un puntero láser que le apuntó a la cara, casi que tratándose de la inerte barra de cárbono tan famosa de Los Simpson. Podría haber sido la figura si el delantero elevaba su tiro y mandaba el balón hasta avenida del Libertador, aunque Barovero se convirtió en el héroe y desvió el remate mientras un relator, sin saberlo, inmortalizaba el Parapam.

Valió lo mismo que un gol. Se festejó fuerte, con un grito a puro puño apretado o simplemente el abrazo con ese desconocido de siempre. Y, vale la pena confesarlo, también con euforia en pleno palco de prensa. Dicho eso, faltaba mucho por delante hasta que Leonardo Pisculichi, luego de un buscapié de Leonel Vangioni, a los quince minutos -otra vez el mismo número y con un jugador que lucía esa cifra- dejó sin respuesta a Agustín Orion.

Gooooooooooooooool. Así, con muchas O. Para gritarlo toda la vida y para que viva el fútbol, Pisculichi. Después de tener la serie en jaque, River demostró toda su categoría con un golazo. Pero ese equipo era bastante más que buen juego. También sabía luchar por cada pelota como si fuera la última y, es necesario recalcarlo, sentía el manto sagrado como nunca cuando el rival de enfrente era Boca. Un Boca que no supo vencer al Millonario durante esa noche ni en los siete superclásicos del año. Un año inolvidable. Una noche inolvidable. Un equipo inolvidable, eterno en el corazón de los hinchas de River.

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