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¿Nunca más o nunca menos?

River empató con Argentinos en el Monumental: ¿punto positivo o punto negativo?

“Nunca más” apoyo en pos de la ilusión de ser únicos punteros. “Nunca menos” ideas en lo que va del ciclo Jota Jota. “Nunca más” impotencia tras quince minutos iniciales de rebeldía y agresividad. “Nunca menos” realismo que ajustarse al libreto que baja desde el banco. Hasta el sábado, habíamos ponderado las virtudes tácticas que venía exhibiendo el equipo. Las mismas tenían como usina la interacción e integración semanal con quien dirige los destinos del club -según palabras del propio DT-. Nadie va a entrar en histeriqueos ni maniqueísmos ramplones. Un resultado es un resultado.

Sin embargo, nosotros mismos deberíamos regular el embrague para que los cambios entren más fácil. A veces, comprarse las propias palabras de uno como verdades irreductibles nos quita flexibilidad. De allí que este empate deba ser analizado según el cristal con que se lo mire. ¿Pendenciero o valioso? Suma en los puntos para todos, resta en lo futbolístico para otros. “No es trágico”, dirán quienes miran celosamente la tabla de abajo. “Un embole”, para los que soñamos despiertos, pero que no somos tan conformistas. Un equilibrio difícil de aceptar cuando la razón va por un lado y los sentimientos por otro. Un cachetazo chiquito, pero una palmadita al fin. Como para seguir reflexionando para qué estamos…

“Nunca menos”, falta de ambición a partir de la expulsión de Ferrari y del técnico. De allí, tantas preguntas: ¿Nunca más vamos a ver cambios que modifiquen el dibujo táctico? ¿“Nunca menos” que arriesgar un poco más de locales? ¿La media inglesa no eran tres de local y uno de visitante? ¿Por qué entonces Cirigiliano por Aceved, no era más de lo mismo? ¿”Nunca más” Buonanotte con más minutos en cancha para romper con su gambeta lo que no se podía desde la imprecisión del toque? ¿Por qué no Pereyra para molestar un poco a Escudero, que jugó como en su quinta de fin de semana?

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Lo bueno de River se generó en ese lapso matutino del partido, siempre por izquierda. Fue un flash en el arranque que encontró al Bicho desacomodado, porque no podía con la triangulación entre Lamela, Diaz y Lanzini. Pero como River no lo definió ahí, cayó en seguida en la repetición. Nunca puedo explotar la franja derecha de su ataque y fue perdiendo sorpresa. Ferrari no encontró sociedad en Acevedo, que abusó del pelotazo cruzado. Este quedó solo en una contra por derecha, metió el enganche en el área para darle de zurda, se demoró y terminó perdiendo el balón. Tampoco aparecieron las diagonales de Pavone, para arrastrar marcas y que el Loncho pudiera aparecer con mayor libertad.

Tanto fue así, que su expulsión fue más producto de la impotencia que de una sobredosis de emoción violenta. Hubo un toque de clase de Erik al Tanque, que dejó mano a mano al delantero, pero éste se durmió y Escudero lo cerró a tiempo. Poco, demasiado poco para un equipo que pensábamos que iba a cambiar la actitud. Aún con un hombre menos por lado, para el complemento uno esperaba “siempre más” y no “menos”. Sin embargo, el trencito se quedó sin carbón.

Contabilicé un tiro en el palo de Bordagaray, otro remate de Lanzini, desde afuera del área y que fue bien conjurado por Navarro (que hizo tiempo descaradamente siempre), y nada más. Yo me subí al carguero y lo vi tomar envión en el segundo tiempo contra Huracán, en Avellaneda también. No me voy a bajar ni a palos. Sólo pido al maquinista que nos conceda alguna señal más del derecho al delirio.

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Ayer llegué a la cancha luego de ver los primeros treinta minutos de Racing, jugando con tres de punta y los laterales convertidos en volantes. Lucas Licht e Iván Pillud iban como dos pistones. De lo mejorcito del torneo, aplastando a Olimpo hasta que se fue del partido. Como el 3-3 de Huracán y Newell’s, o la magistral actuación del Liverpool contra el Manchester United, donde el Jabalí Suarez demostró que no hay fútbol viejo. La gambeta es lo más moderno, pero es un recurso olvidado. El uruguayo Se limpió hasta los postes. Dio una cátedra de calidad en medio del vértigo.

Fui ilusionado. Tenía los bolsillos repletos de buenas jugadas y la cabeza cargada de toqueteos entre los dos “primaverales” enganches, Manu y Coco. Quería que me dolieran las manos de aplaudir y no los ojos. Fue un fiasco. No es para caer en ningún derrotismo, fueron mis sensaciones. Creo que estamos para más, antes que para menos. El rival, del que tanto se habló, no es ni la cuarta parte del equipo campeón de Borghi. Sin embargo, River bajó el nivel y no pudo -o no supo- hacer prevalecer lo que venía insinuando.

Quien esto escribe, pidió mansedumbre y tranquilidad. Hablar bajito y poco sobre las aspiraciones de ser campeón. Está firmado que va a ser así. No nos sobra nada, es cierto, pero había muestras de crecimientos graduales. De todo modos, quizá, la bronca viene porque uno sabe que se puede jugar mejor y que éste era un partido ganable. El domingo se viene una parada dura. Me gusta. Nosotros sin Ferrari, ellos sin Cubero.
Un rival que nos tiene que preocupar más que el Bicho, pero sin perder de vista que de la cautela al miedo hay un paso. Es difícil caminar sobre esta línea delgada. Lo peor que le pueda pasar al equilibrista es dudar cuando camina sobre la cuerda. Decía Woody Allen: “El miedo es mi compañero más fiel, jamás se ha ido para engañarme con otro”.

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¡Erik!, a mirarlo a Almeyda. A retemplar el ánimo y no bajar la guardia. Cuando repaso el saldo del empate de ayer me quedo girando en ese vacío. “¿Nunca más o nunca menos?”. ¿Faltó audacia o ideas? Aliento, seguro que no. Grandeza tampoco. Más de 60.000 personas queriendo rescatar del museo al viejo “¡Esto es River!”. Anímese un poquito, Juan, y el domingo tírele la historia a la cancha al Fortín. Tirón de orejas para todos, pero vamos River. Que el “nunca menos” de ayer sea lo que el partido: una mala tarde. Un bodrio para el olvido. Una lección, porque no alcanza con el arco en cero.

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