(Barcelona-España) Que el fútbol europeo es de primer nivel, que ver a Messi en una cancha es la máxima experiencia que el fútbol tiene para ofrecer, que las Supercopas valen poco y nada. Ustedes no entienden la envidia, sana, que les tengo por pisar el Monumental un día como hoy.

Lo primero que me acuerdo, cuando pienso en la noche que ganamos la Sudamericana, fue el grupo de Whatsapp con mis amigos. 2 de River, un bostero. Pero el xeneize en cuestión es, y no me cabe duda, el mejor bostero del mundo. Matto, un tipo que en un amistoso de verano de River se encarga del asado para que vos no te pierdas un minuto y te alcanza unas birras.

“Me voy al obelisco en p*ja ya” puse, y Matto, de la nada, me dijo “ganaron una copita, mirá lo que querés festejar”. Estaba por soltar el celular cuando arriba apareció el “escribiendo…”. No me acuerdo las palabras exactas pero inmediatamente Matto se disculpó. Palabras más, palabras menos, me dijo “ganaron una copa después de pasar por mucha mierda, jugando buen fútbol y dejándonos afuera, Fede, andá y hacete pelota”.

Las personas son las condiciones que atraviesan. Y la vida, perdón Lennon, es eso que pasa entre un partido de fútbol y otro. Siempre pensé que si un día vivía en Europa iba a llevar mi vida exactamente igual que como lo hice en Argentina. Iba a adoptar la comida local, las costumbres, y sin duda a algún equipo, para mantener vivo el ritual de la cancha. No es nada raro que para los que nuestra pasión es el fútbol sea habitual simpatizar por equipos de europa. El fútbol es demasiado hermoso para hinchar solo por un equipo. Pero la verdad es que esto no se dio así.

No tengo forma de conectar con el Barcelona. No hay manera, ya lo traté todo. Si, son una obra de arte que dura 90 minutos arriba del pasto. Y eso es parte del problema. Ir al Camp Nou es ir al teatro. Con las cosas buenas, como poder ir y volver en subte, sin sentirte el último camión de ganado que entra en Liniers, con el chivo ajeno pegándote en lugares que no deberían pegarte. No hace falta estar 3 horas antes, con 30 minutos alcanza. El número de fila y asiento que indique tu entrada es respetado, sin falla.

Enfrente tuyo se pasea Messi, al que esta temporada ya lo vi meter alrededor de 20 goles, con mis ojos, de pegarle al palo otras 20 veces. Está Iniesta, al que cada partido parecen homenajearlo, acá o allá. Está Suárez, Busquets, Rakitic, el impenetrable Ter Stegen. Pero entre lo que pasa en el campo de juego y lo que pasa en las tribunas no hay hilo conductor.

Entran 90 mil personas en el Camp Nou. Pero cantan 300, la grada de animación, como le llaman. Son tipos, en la popular, que el club les ayuda con las entradas, que van y tocan un bombo sin gracia. Y cantan unas canciones poco pegadizas y cacofónicas. Y nadie se prende. Se grita más una falta que no les cobran que un gol. Acá el fútbol se vive distinto, si, pero vi hinchadas del interior de España que ponen más. Miralo al Sevilla, que hasta canta “la Boca y Avellaneda” y tapa a un Old Trafford repleto. Pasa que el Barcelona es una atracción más de esta ciudad que vive del turismo. Es la Maravilla, junto a la Sagrada Familia, la Barceloneta. Vengan a ver la inquietante arquitectura del Camp Nou, deleiten sus ojos con el fenómeno de Rosario, sacíe su hambre de fútbol con el equipo que sale al campo de juego con los 3 puntos ganados.

Por eso es que les digo, mirá que distintos somos. Porque hoy hubiera dado lo que no tengo por estar en el Monumental. Por ver esas tiras rojas y blancas. Ese pasto lleno de papelitos que siempre me van a hacer acordar a la final contra América de Cali, que con el paso de los años los papeles, o los píxeles, se multiplican. No hay Liga de las estrellas que suplante ir caminando por Udaondo y ver sonrisa Millonaria tras sonrisa Millonaria. No hay Pulga que me haga delirar como Scocco superándose partido a partido, gol a gol, arquero a arquero. No hay centrocampista habilidoso que me haga hervir la sangre como ver a Ponzio, con o sin melena.

Aprecien a nuestro River, a nuestro amor, porque les juro que no hay otro igual en el mundo. Canten todos juntos, guarden silencio por los primos, salten y muevanse para acá y para allá. Disfruten Millos, porque los días de River son días de felicidad, que nadie les diga lo contrario.