Carlos Andrés Sánchez Arcosa, hoy, consagrado en River y nominado al Balón de Oro, logró esquivar una niñez sumergida en la pobreza y afrontó el abandono de su padre junto a su madre y sus hermanos. Conocé la historia de este crack del fútbol y de la vida.

2 de diciembre de 1984, en Montevideo, Uruguay, nació Carlos Sánchez. “Pato”, como lo apodan en Uruguay por una anécdota con su hermano mayor (cuando eran chicos, un día lo estaban bañando y le dijo: “Mirá el patito”, y ahí empezaron a llamarlo así).

Ya pasaron cuatro años desde que el charrúa se abrió y contó en una entrevista con El Gráfico lo complicada que fue su infancia: “Cuando tenía 8 años mi papá nos dejó en la calle, así de simple. Nunca se lo perdoné”, reveló el mediocampista. Su tío materno fue el sostén para él, su madre y sus 4 hermanos (actualmente son 10, de cuatro padres distintos).

Carlitos buscó refugio en el fútbol desde pequeño, incluso cuando el hambre atacaba: “Yo jugaba en el barrio, todo el día pasaba en la calle detrás de la pelota, cuando había para comer tampoco me enteraba porque yo estaba jugando al fútbol en la calle, el fútbol me salvaba de todo eso” relata el nominado al Balón de Oro y reconoce cómo pasaba algunas de sus noches: “Agarraba el vaso, le ponía la leche en polvo, el agua, y me iba a dormir con ese vaso de leche. Y acompañaba con algún pedacito de pan… si había”.

Inconscientemente River Plate siempre estuvo presente en su vida. Se probó en el River Plate uruguayo, a la primera prueba en el Colegio Pío para ingresar al Liverpool montevideano fue vestido con una camiseta de River, y cuando festejaba sus goles en el potrero, emulaba la celebración de Salas: “Jugábamos campeonatos en el campito, éramos cinco equipos y cada uno se ponía el nombre de un jugador. Yo jugaba adelante y me puse Salas, porque lo veía por la tele y me gustaba. Entonces festejaba los goles como él”, cuenta Sánchez.

Desde chico luce su look característico: “A los 8 años me lo corté casi al ras. Fue por decisión mía. Tenía mucho pelo, rulos, y en su momento empezaban las cargadas en el colegio, que era motudo, y todo eso. Entonces pedí que me lo cortaran. A partir de ahí siempre lo tuve cortito”, recuerda el Pato, y también de chico fue cuando se “recibió de hombre” afirma: “Me metí en cada lado para jugar al fútbol, se jugaba por plata, en cancha de tierra, patada viene, patada va, piñas, de todo. Había barrios en que si ganabas, te esperaban con revólver afuera o te cascoteaban el camión en el que te volvías, a partir de ahí ya no le tuve miedo a nada”.

Con principios y valores desde la cuna, a pesar de criarse en un barrio donde la droga y los robos corrompían a los jóvenes, Carlos no se desvió: “Nunca se me dio por salir a robar, y eso que en el barrio había de todo. Mi madre me dijo muchas veces, y hasta hoy me lo repiten mis amigos: ‘¡Qué increíble, pensar que vos estabas donde había drogas y armas y nunca se te pegó nada!’. No les di cabida”, relataba el uruguayo en sus primeros meses en La Banda en el 2011 a Diego Borinsky.

Llegó su oportunidad en el fútbol grande. Debutó en Liverpool de Uruguay en el 2003 y “las malas” parecían quedar atrás. Pero no. Una rotura de ligamentos cruzados lo tuvo afuera de las canchas dos años: “Por primera vez en mi vida me estaba matando con el gimnasio. Tomaba creatina y sustancias para acrecentar los músculos. Me daba a full con las pesas, muchos dicen que si hacés tantas pesas quedás re duro. Desde entonces, salvo que me pidan que haga un poco como complemento, no hago más pesas. Me rompí en esa época jugando contra Nacional y lo que debió ser ocho meses de reposo terminaron siendo dos años. Estuve mal de la cabeza“, afirma Carlitos.

Llegó Godoy Cruz, sus buenos rendimientos lo hicieron escalar a River y empezó el amor con la gente del Más Grande. En el 2013 se fue a préstamo al Puebla de México y admite que sintió temor de no volver a vestir los colores más lindos del mundo: “Por un momento pensé que no volvía más. La verdad que River se extraña mucho cuando estás afuera. Entrar al Monumental y ver el estadio lleno, estar siempre rodeado de gente en los entrenamientos, con tantos periodistas, en México eran 3 o 4 como mucho. Estando afuera, tomás dimensión de lo que es River, esa es la realidad”.

Copa Sudamericana, Recopa, Libertadores y Suruga. Todas en la vitrina del Negro, y su apellido protagonista en las cuatro competiciones. Ahora, el vaso de leche como cena quedó atrás. La angustia del abandono paterno también. Porque tal como se ve en una cancha, con ida y vuelta, dejando todo, así es Carlos Sánchez en la vida. Un crack, nominado al Balón de Oro y con una banda que le cruza el pecho.

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