“¿Vos también? Me está llamando cada dos minutos gente que va a Japón, no entiendo por qué”. La señora Elizabeth trabaja en una empresa de asistencia al viajero. No, de fútbol no tiene mucha idea. Pero en sus pagos están contentos: los seguros de viaje para estar en Japón son bastante caros. Todo es bastante caro, en realidad. Empezando por el pasaje. Hoteles, conexiones en tren, comidas, entradas, gastos varios.

Hay uno que me cuenta que intentó todo pero que no le dio la guita: “Llegué a planificar un viaje a Chile para después cruzar todo el Pacífico en un barco pesquero que me deje en Japón. Fracasé”. El ingenio a veces no alcanza para solventar tantos miles de dólares. Pero a veces sí: “Sin que supiera, vendí toda la bijouterie de mi vieja en Leiva Joyas y me pagué el pasaje. Todavía no me habla”, revela otro por lo bajo. Ya se arreglará con la madre. Como varios pibes que me cuentan que secretamente, durante estos meses, simularon ir a la facultad ante la mirada de los viejos: en realidad la habían dejado, y en el horario de clases iban a laburar a una lavandería, a un taller mecánico o de camarero a un barcito concheto de Palermo. Otro vendió su juego de sillones y ahora morfa todos los días en un banquito. Otros vendieron el auto y van en bici al laburo todos los días: al menos hacen algo de ejercicio. Otros se endeudaron hasta la médula sin miedo a que, dentro de unos años, los fondos buitres los vengan a buscar. Otro come “morrón y cebolla salteada todos los días desde hace meses”. “De vez en cuando, una empanada”, agrega cabizbajo.

Varios se separaron de sus parejas: “Mi novia me dejó porque no la llevaba a ningún lado para no gastar”. Otros se pelearon con sus amigos: “Tengo 22 años y hace cinco meses que no piso un bar ni un boliche”. Algunos pusieron una alcancía en la entrada de sus casas con la banderita de Japón: “Para pasar, hay que poner un billete”. Ni así llegó: pidió un préstamo en el banco. Hay otro que iba a ir a Japón hasta que se enteró de que su mujer está embarazada: esta semana, el médico la autorizó a viajar con cuatro meses de embarazo y el tipo está en la lista de espera de una agencia que vendía paquetes, cortando clavos. Otro viaja pero con lo justo: sacó el pasaje y las entradas y no le queda un peso más: dice que, por unas chirolas, dormirá en cápsulas japonesas, algo así como un ataúd con almohada. Otros no podían viajar porque el laburo no les daba vacaciones. Adivinen: renunciaron. Alguno pensará en matar a una tía con buena herencia, otro en robar un banco. Ya es muy tarde para ponerse a vender drogas o armar una asociación ilícita que funcione. Ya no hay mucho tiempo. Ya no hay mucha plata.

Los hinchas de River, miles de ellos, hipotecaron sus vidas para ir a ver al equipo a Japón. A estos jugadores. Y lo deben saber. Y deben honrar tanto esfuerzo de los que pudieron juntarse unos mangos y se cagaron de hambre y se embolaron y se pelearon con novias y amigos y vendieron todo. Y deben honrar el esfuerzo de los que lo intentaron pero no llegaron. No necesariamente con resultados, pero sí con compromiso, con la actitud que tuvieron siempre pero que no tuvieron en varios partidos de este semestre, incluidos los primeros 135 minutos de la fatídica serie de semifinales de Sudamericana contra Huracán. Los entendemos: Japón es mucho más motivación. Que lo demuestren ahora, entonces. Que demuestren por qué ganaron todo lo que ganaron algunos, que demuestren por qué juegan en River y no en Banfield otros. Jueguen como jugaron miles de hinchas durante todos estos meses: Japón parecía una utopía pero ahí están, gastando hasta el último centavo. El viaje a Japón, para ellos, era tan difícil como el Barcelona para ustedes. La exigencia mínima, claro, no es ganarle a Messi, Neymar y compañía, lo que además representaría la mayor hazaña de la historia del fútbol mundial. La exigencia mínima es intentarlo. Y que en el avión de vuelta todos puedan mirarse a la cara y estar convencidos de que dejaron todo. Ojalá ese avión aterrice en Ezeiza con una invitada de lujo.

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