Un amigo dice que estamos acá para acumular historias, para apilarlas e ir sacándolas de a una cuando sea necesario, en un asado, en una cama o en un velorio, que eso de vivir cada día como si fuera el último es un lugar común horrible pero que es tan berreta como recomendable, porque efectivamente cada día puede ser el último pero, sobre todo, porque qué sentido tendría todo si no, si no hiciéramos o viviéramos cosas recordables. Yo no vivo cada día como si fuera el último, la verdad. Hay veces que me quedo todo el día tirado en casa, veo tantos capítulos seguidos de alguna serie que Netflix siempre me termina preguntando si realmente sigo ahí frente al televisor antes de hacer reproducir otro episodio automáticamente. Claro que sigo ahí, Netflix. Muchas veces mi desidia es el Santos de Pelé. A veces me entusiasmo, planeo cosas a largo plazo, para eso sí que soy genial, cosas que quedan a veces escritas para siempre en un borrador. A veces pienso que mi vida es un borrador, que allí otro yo hizo cosas geniales en un universo paralelo. Planeo hacer viajes, libros, películas, series para que otro joven maula como yo las vea mientras aplaza todas las cosas brillantes y revolucionarias que tiene anotadas. Planeo dedicarle más tiempo a mi familia, ser un mejor hijo, un mejor hermano. Tampoco proyecto cambiar el mundo, y de hecho una de mis aspiraciones es ser millonario, pero definitivamente hay un problema si uno elige reposar comfortably numb en un sillón tomando una cerveza y mirando Two and a Half Men, antes que salir al mundo y hacer a los días un poco más singulares. Muy a menudo me odio cuando soy consciente de eso y, así y todo, sigo en mi sillón.

Durante estos dos años, River hizo por mí todo lo que yo sigo sin poder hacer on my own. Y yo sinceramente quiero agradecer por eso. River hizo más recordables mis días, River me dio historias para contar, en muchos casos gracias a mi trabajo que requiere seguir al equipo adonde vaya, pero todo dependió de River. River, el River del Muñeco Gallardo, fue una especie de superhéroe que rescató mi propia negligencia y me obligó a salir al mundo, que me hizo viajar, que me hizo conocer otras culturas, otras comidas, gente nueva, amigos nuevos, mujeres nuevas. Siempre tuve ganas de conocer Japón. Era juntar un poco de coraje y de dinero, quitarle una rebanada a mis ahorros y subirse a un avión. Probablemente nunca lo habría hecho si River no lo hacía por mí. Probablemente no: no lo habría hecho. El equipo me sacó del tedio y yo sólo tuve que poner piloto automático, me subí a cocochito de Gallardo, cerré los ojos un rato, los abrí y un día estaba bailando cumbia en el Hard Rock Café de Tokio. Y los volví a cerrar y otro día estaba viendo a mi equipo, al club del que me hicieron mi viejo y mi abuelo desde que nací, jugando la final del mundo contra el mejor equipo de toda la historia del deporte. Otro día me vi en un vestuario del Mineirao llorando de alegría y abrazándome a amigos y dirigentes de River que en ese momento, después de ganarle tres a cero al Cruzeiro en el mejor partido que vi en toda mi vida, también eran mis amigos. Y los volví a abrir y otro día estaba en una playa en Punta del Este comiendo unas rabas porque a los tipos se les ocurrió entrenar en la arena. Y otro día los abrí y me vi en un hospital de niños en Quito, después del arrasador terremoto, intentando sacarles una sonrisa a pibes que me pedían fotos como si yo fuera alguien, conteniendo la vergüenza y las ganas de llorar ante un escenario que te golpea tan abajo. Y vi lo maravilloso de un pueblo unido, fraternal con los que la pasaron jodida. Y volví a subirme a upa del Muñeco y cuando abrí los ojos también vi la miseria humana, me vi en el medio de la Bombonera entre mucha gente deseando muertes ajenas, me vi esquivando botellazos que bajaban al playón donde estaba estacionado el micro de River y también nosotros los periodistas, vi in situ cómo algún cobarde que no le tuvo fe a su equipo prefirió que el partido no se siguiera jugando, ya saben cómo. Vi cómo eliminamos a Boca dos veces en fila. Vi tantas cosas que no hubiera imaginado ver. Vi lo mejor y lo peor: este River me hizo ver cosas que van a aparecer en el compilado de mi vida. Me hizo feliz. Me dio motivos para escribir un libro. Este River logró un abrazo con mi viejo que no me voy a olvidar nunca más bajo un diluvio que le sacaba sal a las lágrimas pero no las disimulaba. “Qué emoción, Ari”. No me queda otra que ponerme a llorar de la alegría.

Ya habrá tiempo para analizar qué se hizo mal en este semestre, por qué de repente volví a estar tirado en el sillón. En este puto sillón en el que ahora se me dibuja una sonrisa un poco melanco pero sonrisa definitiva por tantas historias acumuladas. Gracias para siempre.

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