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Golpe al Girardot

Tras un inicio alarmante, River tuvo 45 minutos a pura actitud y sacó un empate valioso en su visita a Medellín. Pisculichi fue el autor de un gol que aniquiló a Nacional y alimentó la ilusión de todo Núñez.

alopez
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Tras un inicio alarmante, River tuvo 45 minutos a pura actitud y sacó un empate valioso en su visita a Medellín. Pisculichi fue el autor de un gol que aniquiló a Nacional y alimentó la ilusión de todo Núñez.

Es innegable, hubo un primer tiempo de sometimiento absoluto. De rendición en realidad, porque River entró al Atanasio Girardot decidido a entregar la iniciativa, el juego, las ganas y el primer cuarto de la final sudamericana con una liviandad tan sorpresiva como alarmante. No solo se dejó desbordar por izquierda y derecha por igual, permitiendo todo tipo de centro posible, sino que además se acovachó prácticamente dentro de su área chica y la vio pasar. Para aquí y para allá, la pelota fue y vino ante la mirada atónita de todo el equipo, mientras al bueno de Barovero lo revolcaban como querían.

Los jugadores de Nacional parecían máquinas cuasi alemanas. Imposibles de parar para un conjunto dirigido por Marcelo Gallardo totalmente perdido en defensa y quebrado de mitad de cancha hacia adelante. Cómo habrá sido, que el 1-0 con el que llegó el entretiempo fue un gran resultado para La Banda… Pero lo peor de todo fue que, en el único momento en el que se lo propuso, cuando se animó a salir de la covacha, River estuvo muy cerca de convertir. A los 31, Vangioni se coló en el área rival, recibió un gran pase de Mora y sacó un remate-centro cruzado que se fue apenas desviado y que Teo no llegó a empujar de casualidad.

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Más bronca todavía, porque está claro que este equipo marca la diferencia cuando se viste de protagonista. Y la prueba de ello estuvo en el complemento: River salió a jugar, a lo que sabe, y en cinco minutos generó un mano a mano de Sánchez, un tiro libre peligroso de Pisculichi y un centro magnífico de Teo a Mora que el uruguayo no logró conectar con comodidad. Sí, River salió a jugar con actitud, hambre y valentía y cambió redención por rebelión. A partir de ahí, el partido fue otro.

El equipo pasó a controlar la pelota en campo rival, peligró sobre el arco de Armani y Nacional -inevitablemente- se quedó. Aún más después de ese remate exquisito de Pisculichi que igualó el encuentro y mancomunó a todo el Mundo River en un grito de ilusión. ¡Gol! Y los colombianos ya no fueron alemanes, sino simples mortales. Con virtudes, claro, pero también endebles, erráticos, completamente vulnerables. A tal punto, que el Torito tuvo la victoria a dos minutos del final y la mandó por encima del travesaño… Poco importa, lo rescatable es que River supo reaccionar y terminó haciendo del Atanasio Girardot un escenario de fiesta roja y blanca.

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