Que la noche del superclásico traiga en los bolsillos ese volver a ser “la feliz” para el hincha de River. Que haya sueños de futbol bien jugado, como ese suave cerrar de ojos de reposera y siesta en la Perla.
Que haya poesía en su juego como en los versos nunca ahogados de Alfonsina. Que Almeyda sea el Lobo marino de la Rambla que despierta y ruja. Que Juan Pablo Carrizo sea una gaviota que extravió la ruta de los barquitos amarillos del puerto y que igual atrape todo. Que Lamela sea la brisa fresca marina que infle su número diez. Que Pavone sea la cresta más imponente que esperan la surfistas de Playa Grande para la defensa boquense. Que Ferrero y Maidana sean dos Acantilados. Que Ferrari y Román sean dos banderas rojas de playa para defender, y dos celestes para internarse en diagonales y desbordes sobre el agua mansa de la linea de cuatro xeneize. Que Lanzini sea un lenguado, con los dos ojos del mismo lado y mirando para el costado inesperado listo para cazar su presa. Que Pereyra sea masa rocosa y Quignon o Ballón acierten un pleno en el casino.
Mar del Plata respira River en la playa 14 de Punta Mogotes. Allí comenzará la fiesta. Empezando por ser sudestada de aliento en la playa y marejada en la cancha. Baile en el Minella y festichola en Alem. Cabo Corrientes y Cabo de Miedo en la furia desatada del once millonario. Que Jota Jota y sus muchachos hagan saltar la banca y que River vuelva a ser la familia que todos queremos. La que copa los balnearios como las canchas. La que llega de los cuatro puntos cardinales del país para hacerse ver, decir presente, en sus tatuajes, camisetas y toallas. Con esa sonoridad que hace temblar a cualquiera cuando puede desempolvar el misterio de su futbol. Como si ese código secreto se lo confiara un caracol de playa cuando uno se lo acerca al oído. Que es nuestro y el secreto lo sabemos únicamente nosotros. Y que cuando se libera asusta hasta los peces “gordos” más pesados. Que los deja como ballenas varadas boqueando… sin rumbo, perdidas.
Que la noche del sábado sea la noche tradicional de Mar del Plata. La de los espectáculos. Y que el más grande de todos, sea ese estrépito del corazón que se escucha en ese instante que explotan cientos de flashes de “fotos de Mardel en rojo y blanco”. Cuando se empieza escuchar sobre el fondo de las olas rotas “… Ahí viene la hinchada…qué loca está…vamos vamos millonario, que tenemos que ganar!”.
Y que la última postal sea un amanecer por Varese, arena, pies descalzos, ebrio amor y una banda roja cruzada abrazada a otra banda roja cruzada.
