El absurdo de Beckket habla de Godot y el aburrimiento de la espera. El absurdo de River es sobredimensionar a cada rival, esperarlo más de la cuenta y no agredirlo. Y anoche lo pagó con la cruz. ¿Qué fue Godoy Cruz? ¿Qué fue Gimnasia? Se perdieron cinco puntos increíbles, o acaso hay alguien que piensa que se ganó uno. Y lo cuestionable tal vez no es el hecho de haberlos perdido, sino el cómo se perdieron.
Ya hubo señales contra el Lobo en aquella pelota que Carrizo sacó sobre la raya, que el empate pudo haber sido derrota. Es que de la santa paciencia no puede hacerse un culto, y ayer volvió a quedar comprobado que la seriedad no es garantía de nada.
Que el esclavismo al Catenaccio también tiene sus aberturas y que ningún esquema táctico puede ser una elección irreversible. Que hay que poseer flexibilidad dadas las circunstancias, que el fútbol está plagado de imponderables y hay que tener toda clase de llaves maestras para sortearlos.
El partido que River planteó contra Godoy Cruz fue un calco del que planeó el domingo pasado en La Plata. Todo era tan frío, tan monótono y estructurado que hasta mi hijo se sorprendió de la falta de contagio de la gente.
Nada por aquí, nada por allá. Apenas la grosería de Loustau a los cinco minutos de ignorar un enorme penal a Buonanotte. A partir de allí, todo se rompió y empiezó otra historia, que si este River tuviera más confianza en sí mismo hoy estaría disfrutando de la punta.
Fueron ocho minutos con River parando en la línea de cuatro de mitad de cancha. Como para liquidarlo, pero no pudo. Esperábamos seguir así… Sin embargo, regresó del vestuario con esa repetida vocación por aferrarse a lo seguro que, paradójicamente, lo envuelve en dudas.
Se olvida de la rebeldía y paga. Hay “un deber ser” que lo somete. Un “hay que” que le pone cepos. No sale a inclinar la cancha y se asusta de sí mismo. Quiere tener todo bajo control y se olvida que siempre hay imponderables dispuestos a violar la lógica.
Es lo impredecible lo que se escapa del libreto. Un mal rechazo, un regalo de Pascua y a los tres minutos del segundo tiempo, García dice “volver a empezar”. Y al final, un cañonazo de Donda que roza en la barrera y descoloca a Carrizo rompe todos los esquemas. Es así, fue así. Nada tan ejemplificador para que nadie confunda más el ajedrez con el fútbol.
El fútbol, como la vida y los hombres, tiene un destino inescrutable. Difícil de predecir y pronosticar. Esa y no otra fue la dura lección que dejó esta derrota. Injusta por el desarrollo, en el que River -con poco- fue más. En donde el árbitro sumó otra barrabasada con el gol anulado a Pavone, cuando era de libro que debía dejar que la jugada terminara.
Pero no es excusa, la suerte suele requerir auxilio de los protagonistas. Fundamentalmente para inclinar la cancha, para ser el que propone, el que quiere ganar para ser líder. Y mucho más aún, cuando al llegar al vestuario debió haberse enterado que los demás equipos le estaban devolviendo la punta.
¿Cuándo va a aparecer esa actitud, esa convicción de ir por más? Esa adrenalina que pedía ir a Avellaneda a jugar “el partido del campeonato” –igual que contra Boca-, que los 40 mil que estuvimos en el Monumental soñábamos.
Todo se derrumbó de una manera insólita. Se percibe un trasfondo de racionalidad “sobre interpretativa” del juego que hace que este equipo salga con un freno de mano puesto a la cancha, que quiera poner las cosas en el freezer. Entonces se pasa de equipo serio a circunspecto. De maduro a inmaduro, como el gol que se pierde Lamela. Predecible, repetitivo sin variantes, que saca a Buonanotte cuando lo ideal era sacar un volante de marca o un defensor. Que no arriesga ni aún cuando no le queda otra que arriesgar.
A este River le falta movilidad y solidaridad a la hora de jugar la pelota. Pavone y Lamela viven divorciados. Le falta ir a presionar más adelante cuando los dos volantes centrales se empiezan a cansar. Y cuando no se puede romper por afuera, convendría ir viendo variantes como las del Keko Villalva, un jugador que hace lo que nadie en este plantel: gambetear.
Difícil no caer en el inconformismo ni en el enojo del hincha. Hay como un cliché incorporado al jugador, de un River condicionado por el fantasma cara “B”. Se escucha mucho la palabra planificación, trabajo, sistema y otros sublemas, pero a este River le falta la espontaneidad de la rabia, el enojo y el hambre para que no pase lo de anoche. Vamos a una fiesta y volvemos muertos de impotencia. De ver que el reloj del campeonato no se detiene y lo estamos dejando escapar absurdamente.
Queríamos la resurrección y el Tomba nos bañó con agua congelada antes que bendita. Hoy, que todos esperamos que se reproduzcan Las Sandalias del Pescador, estaría bueno que nos acerquen algunos botines cargados de goles que tanta falta nos hace. Para que con Racing nos saquemos los clavos que nos cuelgan de la cruz.



