River perdió 2-1 el Superclásico en el Monumental, donde tuvo una enorme reacción hasta que inesperadamente recibió el golpe definitivo. Gallardo apostó a ganador, pero ni siquiera alcanzó para al menos rescatar un empate. El Millonario quedó a 12 puntos del líder, su eterno rival.

Es difícil ser hincha de River durante estas horas. Hay mucho dolor, bronca, frustración y un cóctel de sentimientos insoportables. Nada desconocido, aunque suficiente para revolear cualquier objeto que está a mano, decir insultos hasta el aburrimiento o simplemente masticar todo esa ira que nos invade. El Más Grande perdió otra vez. Cayó por tercera vez consecutiva, la segunda en uno de esos partidos que pasan de causar entusiasmo a una desilusión gigante. Ahora, el objetivo de acá a fin de año es pensar en la Copa Argentina y sumar la mayor cantidad posible de puntos en la Superliga, una aspiración utópica al mirar la tabla de posiciones en este momento tan duro.

Un equipo generoso con el juego, valiente en todas las canchas y competitivo sufrió dos golpes tremendos en apenas cinco días. El primero dolió demasiado por lo que representa una eliminación en semifinales de la Copa Libertadores de América, mientras que el de hoy derrumbó esa sed de revancha, ese deseo de levantarse cuando era necesario para ponerse de pie en el torneo y arrimarse a la cima. Salió todo al revés. La fiesta previa en las tribunas terminó con desazón, más allá de las ovaciones tan merecidas para Marcelo Gallardo y Leonardo Ponzio, un monstruo para marcar, jugar y conseguir el 1-1 parcial. Las sensaciones son tan frescas que cuesta horrores meterse en el análisis del partido, pero ahí vamos.

River estuvo a contramano de las circunstancias. Cuando amenazó con abrir el marcador, tuvo la expulsión de Ignacio Fernández -segunda al hilo, con el agravante de que minutos antes de la roja había arriesgado en una acción parecida- y quedó 0-1 por un gran tiro libre del colombiano Edwin Cardona. Fue un cachetazo a la esperanza, al entusiasmo que generó el equipo durante un tramo del primer tiempo, con buena circulación, abriendo la cancha y acelerando mediante Gonzalo Martínez y compañía. Boca, que exigió en una sucesión de remates y pelotas paradas, comenzó a padecer serios inconvenientes en la salida. Poco a poco el Millonario asumió el protagonismo. Sin embargo, todo se vino abajo en una jugada.

Aunque el panorama de ninguna forma resultaba alentador de cara a la segunda parte, el Muñeco movió el tablero. Nicolás De La Cruz, de buen ingreso, reemplazó a un Ariel Rojas en bajo nivel. Pese a tener un hombre menos, Napoleón se la jugó, relegó equilibrio para agregarle una cuota de vértigo a sus dirigidos. Con mucho coraje y entereza anímica, River se animó a seguir buscando, aun sabiendo que de contragolpe podía pasarla mal, como ocurrió durante distintos lapsos del complemento. Tamaña apuesta encontró un guiño del destino cuando Cardona fue expulsado por un golpe involuntario sobre Enzo Pérez, inteligente para fabricar esa agresión inexistente. Enseguida, Ponzio, a través de un gran derechazo, marcó el 1-1 transitorio.

La reacción no sólo se vio reflejada en el arco de enfrente, sino también en un desarrollo que empezó a protagonizar a River, que a esa altura presentaba un 3-1-3-1-1, sin Jonatan Maidana porque Carlos Auzqui fue elegido para abrir la cancha. Así alimentó la ilusión de dar vuelta la historia, pero un nuevo descuido de Milton Casco permitió que el uruguayo Nahitan Nández señalara el 2-1 en favor de Boca. Un baldazo de agua helada. A partir de ahí, la desesperación invadió al Millonario. Los riesgos asumidos se intensificar en el afán por lograr la igualdad. Cada tiro de esquina provocó un peligro absoluto porque los rechazos visitantes se transformaron en contraataques temibles.

Volcado en ataque y con un campo enorme atrás, River exigió a Boca. Presionó, luchó cada balón de manera agresiva y se esforzó hasta las últimas consecuencias al punto de ocasionar un desborde polémico: Auzqui llegó al fondo, desniveló y el avance concluyó en gol. Juan Pablo Bellatti, el asistente número dos, entendió que era córner al mismo tiempo que Ignacio Scocco concretaba. De tanto llorar en la otra vereda, se ve que algo condicionaron, ¿no? Lo cierto es que los intentos tampoco sirvieron para rescatar un 2-2. La tristeza triunfó como desde hace ocho días. Ahora hay una semana para pensar en la semifinal de la Copa Argentina, un trofeo que lejos de ser un consuelo, puede cerrar el año con la alegría que merece El Más Grande.

+ SÍNTESIS: Estas son las estadísticas del partido ante ellos.

+ GOL: El terrible tanto de Ponzio que no alcanzó.