Aceptaste salir a tomar algo con el pibe. Por ahora viene todo bien: eligió un buen bar, hizo un par de monerías que te hicieron reír, se viste bien pero no tanto, en su justa medida, labura, estudia, tiene buen gusto con el tema de la música, que no es un detalle menor. Te escucha: para vos es esencial que te escuche. De repente sale el tópico política y lo surfea aceptablemente, ecléctico, dice que todos chorean, de cualquier lado de la grieta, te habla de Lázaro Báez y de Macri y los Panamá Papers. Es de River. Todo diez puntos: tal vez, quién te dice, encontraste a tu príncipe azul. Lo empezás a pensar, le sonreís un poco más, el flirteo va deluxe. Hasta que en un momento, el flaco te mira fijo, traga saliva, y sentencia: “La verdad, sos más linda que el partido de D’Alessandro contra The Strongest”. Huí inmediatamente, nena: el chabón es un mentiroso.

Cuando una mañana despertamos con la noticia de que volvía D’Alessandro, pasado el agite cardíaco, todos proyectamos exactamente el partido que jugó el tipo el miércoles. Qué alegría que haya vuelto Andrés: ya venía amagando con hacerlo, pero regresó definitivamente contra ese agradable equipo boliviano que se llama The Strongest.

Qué lindo que es el mundo cuando River juega bien al fútbol. Y qué lindo que es el fútbol cuando D’Alessandro juega así. El tipo había llegado perfil bajo, dijo que quería acoplarse al grupo o una cosa por el estilo, que era uno más, y por suerte se dio cuenta a tiempo de que no es uno más, que él tenía que ponerse el equipo al hombro, que tiene que ser el líder futbolístico de River, que tiene que jugar y hacer jugar, tocar y mostrarse para que la bocha le vuelva, pegar un par de gritos. Por suerte se dio cuenta él y se dio cuenta el equipo. Y el propio Gallardo, que le armó un circuito de juego a su alrededor que era el más lógico posible: cuánto más fácil es el fútbol cuando el ocho juega de ocho, el once de once, el diez de diez y el cuatrocientos ochenta y un mil juega de cuatrocientos ochenta y un mil. Cuánto mejor se ve el inodoro en el baño y no en el balcón, con la heladera en la cocina, la cama en la habitación, las sociedades en la cancha y no en Panamá, Mayada de volante por derecha, Nacho Fernández por izquierda, un cinco que al fin jugó de cinco y D’Alessandro que insólitamente lleva la veintidós pero que jugó de diez. Se lo notó caliente al Muñeco después del partido: dijo que D’Alessandro venía jugando de enganche. Y la realidad es que D’Alessandro siempre juega de enganche, es su naturaleza, pero el armado del equipo lo liberó: al tipo siempre le gustó tirarse bastante a la derecha, pero una cosa es tenerlo a Mayada allí y otra cosa es no tener a nadie, como ocurrió en Paraná, donde por pasajes se lo vio correr ridículamente al puntero izquierdo de ellos hasta el corner. Elemental, Watson: tener un tipo a la derecha y otro a la izquierda lo liberan a Andrés, lo favorecen a pensar exclusivamente en lo que él sabe pensar, que es el armado de juego.

¿El rival no era medida? Tan cierto es que The Strongest pareció una pandilla de zombis deambulando por la cancha como que venía invicto y le había ganado al San Pablo en Brasil. Desde ya, la alegría debería ser moderada, pero debe ser alegría. Porque esto trae confianza, porque finalmente pareció haberse encontrado un esquema lógico, porque estamos cerca de clasificar a octavos con -toco madera- un poco menos de dramatismo que el año pasado. Porque un día volvió D’Alessandro en todo su esplendor. Te estábamos esperando, Cabezón.

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