El delantero de Atlanta dialogó en exclusiva con La Página Millonaria en la previa del partido de mañana y confesó su fanatismo por La Banda. Además, destacó la importancia que tiene para él este duelo en el Bajo Flores, donde podría alcanzar sus 100 partidos en Primera. Sí, paradójicamente, frente a River y enfundado en azul y amarillo.
Atiende a las apuradas el mellizo. Tiene el bolsito bajo el brazo y se dirige al entrenamiento. Pero no hay reloj ni obligación que lo corra de su humildad, de su don de gente. Entonces, se presta a la conversación amena con La Página Millonaria. Tiene el cordobés enquistado hasta la médula, ese acento que no trae buenos recuerdos en los corazones riverplatenses. Por eso, se anticipa y apaga cualquier llama de rencor que pueda interceder en la comunicación. “Ojo, yo soy simpatizante de River por el Enzo. Es mi ídolo, un referente como delantero y como persona. No hay muchos como él”, cuenta y se atraganta con sus propias palabras para contar su único encuentro con el Príncipe: “Era chico y él fue a una conferencia en Córdoba. No me acuerdo qué año era pero sí que tuve que insistir para que mi vieja me dejara ir. Fue la única vez que falté a la escuela”, rememora el Sarmiento cordobés.
Los vaivenes del destino están empecinados en cruzar a River en el camino del blondo delantero de 27 años. Lució esa camiseta de chiquito en las canchitas de General Paz Juniors, se descoció la garganta con los goles del Enzo y debutó en Primera División ante el Millo. Aunque esa es una historia aparte. “El entrenador era Griguol -comienza a relatar entre susurros y terminará a los gritos eufóricos-. Con Abel -su hermano mellizo y compañero de ataque en Atlanta- jugábamos en reserva. En la octava fecha, él la rompió, metió un gol y todo. El técnico preguntó quién era ese pibe y, por suerte, el ayudante se equivocó. Le dijo que era yo. Entonces, al otro partido me citó para jugar con River. Fue por la novena fecha del Apertura 2006, ahí entre y debuté en un partido soñado”, explica y deja un silencio para evocar esa tarde de octubre.
Sin embargo, es el mismo destino el que parece querer sacar a Soriano de su partido más esperado. El Pollo se lesionó en la quinta fecha, en el Clásico ante Chacarita, y aún no pudo regresar. Y, aunque concentrará, aún está en duda su presencia. “Ayer me tiró un poco y por eso ahora me van a probar. Espero poder estar, es un partido único. Pero, no quiero ser egoísta. Si no estoy bien, no voy a embromar a un compañero”, explica.
“Por suerte pudimos ganar contra Gimnasia de la Plata. Fue un envión anímico fundamental. Habíamos caído en un pozo, no le encontrabamos la vuelta a la categoría y acá no te perdonan. Tenés que ser efectivo arriba y duro abajo, sino te comen”, argumenta ya con el corazón y la cabeza puesta en su actual club, ese que lo disfrutó goleador en el ascenso a la B Nacional y que mañana, si juega, lo verá alcanzar los cien partidos enfundado en sus colores. Si, paradójicamente, el azul y el amarillo.
Ahora sí se despide el cordobés, que en sus inicios fue central y luego pasó a ocupar el lateral izquierdo, para hoy romper cuerdas vocales a fuerza de goles, tal como lo hizo él con Enzo Francescoli. En instantes, en el entrenamiento de Atlanta, el mellizo sabrá si podrá jugar su partido “único”, pero antes se aparta de los sentimientos para recuperar su condición de profesional y de agradecido a un club que le abrió las puertas del fútbol.
– ¿Sabés que si metés un gol mañana el Enzo se va a enojar?
(Piensa, se ríe). “Que se enoje, pero yo quiero ganar. Si lo veo, lo abrazo, le agradezco, le doy un beso gigante, pero… En Atlanta encontré mi lugar en el mundo, amo al club, me siento valorado y eso no lo resigno por nada”, concluye y desea suerte. Hoy, muy a pesar suyo, es uno de los de enfrente…



