El cinismo y la desidia de un puñado de inadaptados y de otro puñado de ventajeros vestidos de traje nos robaron esa sonrisa que nos dibujaba el fútbol en nuestros corazones. No sé por cuánto tiempo. No sé si después de ese fin de semana del 24 y 25 de noviembre las cosas volverán a ser iguales en nuestros corazones. Lo dudo. Algo dentro mío se rompió.

Nunca justificaré a los imbéciles que vieron venir el micro rival y decidieron agarrar una piedra. Tampoco entiendo por qué no se esfuerzan por identificarlos y meterlos presos. Pero la historia de Pablito Pérez y sus secuaces no me va a cerrar nunca. No se me va de la cabeza la imagen del capitán de Boca hablando con la prensa apenas bajó del micro sin ningún trastorno visual evidente. Y los "vómitos" de Tévez. Y los argumentos asquerosos que expusieron en Conmebol, remitiéndose a sucesos del pasado. Y los idas y vueltas para victimizarse siempre, y para querer comparar todo con aquella herida del 2015 que nunca les cerró. Y quedar en papel de que vendrán a jugar bajo protesta, para darle más tintes de épica a todo. Repugnante.

La puesta en escena final fue la más lamentable de todas. Aprovecharse de la situación para llevar la sede al mejor postor. Destrozaron el espíritu de la copa más hermosa, ni más ni menos que en la madre de todas las finales. Vergûenza demencial, daño irreparable. Ni olvido ni perdón para cada uno de los responsables.

Lo cierto, y es otro aspecto muy angustiante también, es que de la noche a la mañana el contexto futbolístico dio un vuelco peligroso. Se perdió la localía en la final, se nos escapó en los penales la posibilidad de pelear por el tricampeonato de la Copa Argentina y seguir con dos chances de Libertadores 2019, sabemos que no estará Gallardo en el banco en Madrid, Scocco seguramente tampoco, Juanfer y Mora todavía no está claro si llegarán en buenas condiciones, y para colmo de males los hinchas leales y pasionales en Madrid serán sólo un puñado. La impotencia de la desigualdad de condiciones es gigante.

Pero habrá que sacar motivación y fuego sagrado. Porque, pese a todo el gran circo que armaron y la angustia irreparable que nos generó, seguimos en las puertas de una oportunidad histórica de marcar un antes y un después. Porque, por más que quieran maquillarlo, ganarles ésta final jugando dos veces de visitantes será la mayor deshonra que pueden sufrir desde que nacieron. Hoy, más fuertes que ayer. Y mañana, más fuertes que hoy. No queda otra, porque las cartas están echadas y las circunstancias son irreversibles. El camino es uno solo: confiar ciegamente en los jugadores y cuerpo técnico que tantas batallas superaron, inclusive en las peores tormentas.

Algunos a esta hora tienen los bolsillos llenos de dinero, y son los únicos que encontrarán sonrisas de felicidad plena después de esta final. Las mismas sonrisas que nos robaron a los hinchas de verdad gracias a todo este circo. Ojalá por lo menos nosotros seamos los que nos llevemos el resultado deportivo, aunque nada será lo mismo. Porque algo grande se rompió, y lo que ayer era primordial hoy quedó en segundo o tercer plano.